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Los occidentales, por la gracia de dios y nuestra capacidad de ensombrecer al resto del mundo con nuestras gilipolleces, hemos sido siempre creyentes de que lo nuestro mola cantidubi y es lo mejor en cuanto a socialización, equilibrio moral y desarrollo tecnológico. Desde la Grecia Clásica y el desarrollo de la filosofía con aquellos primitivos pasitos de los mitos al logos, instaraurando una época esplendorosa en el conocimiento, que de vez en cuando jodíamos con pequeños e ilustres incendios en la biblioteca de Alejandría, pasando por la abolición de la Ley del Talión (aquello del ojo por ojo que hoy parece que está de moda volver a implantar) y que supuso un salto significativo para dejar de ser unos putos animales, al menos en apariencia, hasta hoy, las cosas no han cambiado demasiado. Seguimos pensando que nuestra sabiduría y nuestra impronta es absoluta y por eso, la desperdigamos por el resto del mundo como si fuesen hembras a las que dejarles nuestra creciente y auténtica semilla del conocimiento.

Pues en esto del bdsm hay mucha tela que cortar. En Tokio y aún habiéndolo leido muchas veces, fue la primera vez que me llamaron gaijin (extranjero). Era cierto, parecía sacado de Candy Candy con los ojos oscuros y redondos. También conocía la connotación negativa de la palabra, sin embargo, me trataron muy bien. Nunca me sentí excluido de forma directa aunque la realidad era bien distinta. Entonces descubrí como en japón mantienen y perduran sus costumbres ancestrales, la disposición de los menos sabios ante la sabiduría de los más mayores, el respeto y la calma. Observé como, y aún sabiendo que para muchos sectores que sienten que el arte del shibari no puede enseñarse en público, el respeto inmenso que se tiene por aquellos maestros, confluía en la entrega y el honor de mujeres que deseaban sentirlo en su propia piel. Era un honor y solo al verlo uno es capaz de percibirlo tal y como es. La connotación sexual implícita, estaba disfrazada de cáñamo.

Comprobé como el metro, atestado, se llenaba de viñetas de hentai con el porno más disparatado, obsceno, sucio, violento, incestuoso y friki que jamás he visto, y todo ello observado con una naturalidad que en occidente sería imposible. Que una sociedad clausurada en sus sentimientos, donde expresarlos de forma efusiva es impensable y donde, no lo olvidemos, las mujeres están un escalón inferior a los hombres como un hecho cultural, social e histórico, esto a nosotros no nos pasa, no no. Entonces pensé en el afán occidental de cambiar esto, de la igualdad supérflua y artificial que intentamos inflingirnos a nosotros mismos y a los que tenemos cerca primero. Y eso está bien, pero, ¿qué derecho incuestionable tenemos nosotros para cambiar algo que es opuesto a lo nuestro bajo los paradigmas de nuestra moral? ¿A caso una cultura milenaria e inmovilista es peor que nuestros valores morales de quita y pon? Pues va a ser que no.

El respeto de una sumisa y de su amo en Japón, nada tiene que ver con lo que en occidente promulgamos. Y yo, siendo gaijin, me siento más cercano a aquello que a esto, porque en el fondo, lo que de verdad cuenta, es no como adornamos nuestros deseos D/s, sino como llegamos a que sean lo que son, y sin la calma y la pasión por lo bello de la entrega, difícilemente obtendremos la sumisión deseada ni la dominación esperada.

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