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Apaciguaba sentir como los números caían uno tras otro, en orden, escapándose de entre los dientes. Ella escupía el álgebra que el cinturón le enseñaba, e iba progresando. Mientras, ascendían los números desde las nalgas hasta su garganta. Entre número y número, la lengua se mordía por otro tantos dientes y los labios se apretaban el uno contra el otro, el dos contra el uno, humedeciendo la fina piel decorada de un rojo intenso. Pensó que podría rivalizar con la sangre, pero ésta se desmarcó de la intensidad al mezclarse con la saliva formando un borrón que goteaba por la barbilla.

El culo, construía unos cimientos llevados por el cuero y ejecutados por la mano precisa de un capataz que hacía las veces de arquitecto, de dibujante, de tiralíneas trazando en la piel perfectos ángulos entre cada una de las marcas. El rojizo tornasol que se formaba en la piel blanquecina destacaba como un faro en la niebla, como una tormenta de arena azotando el desierto para ocultarnos el verdadero oasis de nuestros deseos y nuestras perversiones. Igual pensó, no era un arquitecto, al menos no el clásico y se vio así mismo como aquellos egipcios que con el látigo en la mano fustigaban a los esclavos a levantar monstruosos templos en los que vivir eternamente.

¿Y no era en verdad lo que pretendía mientras la piel se erigía en las paredes grandiosas por las que luego, en plegarias, apoyaría su frente para pedir perdón por todos los pecados que había cometido en pos de su deseo vital? Sin embargo, aun siendo así, continuaban cayendo los números, escupidos por aquella hermosa boca que siempre recibía la semilla de su dominación y se alimentaba de las migas a cambio de efluvios a manos llenas. Era esa la devoción.

El cinturón, blandido en su mano acallaba las lisonjas que ella pretendía dispersar. Solo cuenta, solo cuenta, deja caer los números le decía cegado por el sonido de piel contra piel, de la batalla perdida de la blanquecina contra la añeja. Era la vida misma.

El espacio y el tiempo se conjugaban, el primero para construir, y el segundo para permanecer eternamente. Los dioses, todos aquellos que han existido, los que existen y los venideros, deberían conocer la verdadera historia de estos números porque con ellos se construye el ansia de permanecer, y para ellos, la eternidad no existe desde el olvido.

Escupió sobre la piel púrpura. Era lo menos que podía hacer al terminar.

 

Wednesday

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