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Nadie puede dudar que los cuerpos hermosos, las fotografías en blanco y negro, las poses sensuales e imposibles, fascinan. Lo hacen tanto que terminamos creyendo que esa es la verdadera realidad del BDSM y cuando, con toda normalidad, nos percatamos que, ni los cuerpos son tan perfectos, ni los actos tan refinados y elegantes, ni las ropas deslumbran, ni las cuerdas se colocan solas, que los perfumes luminosos de esas estancias abiertas, diáfanas y pulcras no son los lugares habituales, se nos queda una mueca de decepción e incredulidad. Ya ni siquiera las mazmorras son lo que deberían ser sino una imposta de apariencia tenebrosa, entonces, toda aura fastuosa que nuestra mente ha imaginado con detalle, se cae como un castillo de naipes.

Por otro lado, se apela y desde luego con rigor, que los cuerpos son los que son, y que el BDSM, la práctica y la vivencia, el desarrollo de una relación D/s, va más allá de todo eso. Suena chachi, se suelen llenar las bocas con ello, pero tristemente, la mayoría no piensa, ni siente y por tanto no hace eso ni de lejos. Al mercado se va a por chicha, y chicha de la buena porque los sentimientos se quedan guardaditos en un cajón, a buen recaudo, con llave y candado, patrón de desbloqueo, pin y contraseña de 24 caracteres alfanuméricos. El personal va a lo que va. Luego están las excepciones, que son dos, o una. El resto, la parrafada, el chauchau de turno, el discurso neomoral es rocambolesco y divertido si cabe.

Pero vamos, que esto es como la vida misma, que esto vale para cualquier entorno y circunstancia. Los que practicamos el BDSM o lo sentimos o lo vivimos o lo adornamos con gilipolleces varias como si fuese lo más de lo más, pero hacemos exactamente lo mismo que los que montan en bici, hacen puenting, maquetas de aviones, macramé o tocan un sinte en un grupo indie. Cada loco con su tema.

Al final, una relación D/s es una relación personal con particularidades que los que participan de ella sienten y acuerdan. El juego es infinito, los límites los que a ellos les apetezca y puedan soportar con el acuerdo correspondiente. El lenguaje y los actos, libres y consensuados.

El grafismo visual es el cebo de lo imposible e inaccesible, de aquello que queremos conseguir pero que terminamos atestiguando como propio en nuestra ilustre imaginación. El glamour está en la imperfección de nosotros mismos y la aceptación de los errores, de nuestros cuerpos deformados por el tiempo y los excesos, de nuestras faltas, de esa risa que aparece espontánea cuando te das cuenta de que te has equivocado haciendo un nudo o varios, de la pose chulesca y autoritaria que finalmente no impondría ni a un teletubbie. Pero eso es lo que nos hace perfectos a nuestra manera y no podemos esconderlo ni apartarlo.

No será la primera ni la última vez que ate como si estuviese cerrando un saco. Eso, también es BDSM.

 

Wednesday

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