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Los tejidos se rasgan y aunque el tiempo aparentemente hace lo mismo, simplemente se resquebraja. Ahí estaban las cuerdas, enmarañadas y llenas de polvo, los insectos correteaban sobre las fibras y jugaban al escondite entre los pliegues. El bambú, como siempre, tenía ese aire frágil que ni el tiempo logra secar. A buen seguro dolía como de costumbre. El cerezo que no aparentaba la edad que tenía estaba apoyado sobre una balaustrada llena de musgo, aguantando los envites del viento encajada entre las columnas. Así conseguía mantenerse firme. La caja de madera en la que guardaba sus cosas empezaba a notar el paso del tiempo y sus inclemencias y el mero hecho de rebuscar en ella le hizo tener algo de miedo.

Todo aquello tuvo vida, la vida que transmitían sus manos y que llevaba a su piel. Cada uno de aquellos objetos fueron preciosos, esculpidos con tacto y detalle. Y el recuerdo del uso de cada uno de ellos era motivo de satisfacción. Cierto que él siempre les daba la importancia justa. Son cosas, le decía, solamente objetos sencillos, nada que no se pueda reemplazar y nada que no se pueda desechar. Sin embargo para ella eran mucho más que eso. El primer desnudo, la primera vez que dejó libre su piel a su mirada con el temblor del pudor hurgando en su estómago. La mirada al suelo por vergüenza que no por miedo, aquella exposición que le secó la garganta y cómo le costó obedecer una primera orden. él sólo quería verla, observar la plenitud de su juventud, su perfección y sus imperfecciones, el cuello, el pecho, los pies de puntillas para aparentar más altura. Ese primer instante que no tuvo nada pero lo tuvo todo.

Aprendió un camino difícil de la manera más fácil. Le tendió la mano de la honestidad y la dejó fluir libre por un camino lleno de piedras afiladas. Se equivocó tanto o más que él y siempre tuvo una respuesta de amor y devoción, un abrazo cálido que a veces alternaba con cierta violencia sutil. ella le hacía regalos con su cuerpo y él los envolvía con las cuerdas, dejando notas de color púrpura aquí y allí, cicatrices y pulsiones que le hacían temblar las piernas y horadaba en su memoria para que no le olvidase jamás.

Pero el olvido es caprichoso, aparece silencioso y borra los recuerdos desde lo más profundo de los sueños, difuminando rostros y voces, sabores y texturas, y como juego macabro, haciendo permanecer los olores que te transportan una y otra vez a aquel primer momento de rendición donde escondiendo la piel le enseñó todo.

Los tejidos se rasgan y el tiempo se resquebraja, pero el olvido forma unas grietas de separación tan grandes que son imposibles de salvar. Por eso peleamos, para que los recuerdos perduren. Y las letras son una bonita manera de hacerlo.

Wednesday

 

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