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Resulta curioso descubrir como lo que para ti es bueno y necesario, a otros les puede parecer una puta mierda. Perderse en ese espacio olvidado al que sólo acceden unos cuantos que terminan haciendo aquello que critican y rechazan es lo habitual. El arte no escapa, las relaciones tampoco. Las emociones y los sentimientos terminan siendo enemigos despiadados que si no eres capaz de contener medianamente bien, te sobrepasan y te aniquilan.

La muerte de Jeff Beck ha sido un hecho luctuoso, no tanto por la muerte en sí, porque la edad no perdona, sino por el legado dejado ya sin continuidad. A veces no nos damos cuenta de que nuestras acciones dejan una impronta lo suficientemente indeleble que perdura para toda la vida. Guitar shop fue y es una obra mayúscula. Nacida en la era de los guitar héroes, Beck demostraba que era un genio. Es una opinión, por supuesto. Guitar shop me llevó a lugares increíbles en mi imaginación y también en mi realidad.

No había mejor canción para sacar lo mejor de sus entrañas que Where were you. Aquella atmósfera, los armónicos artificiales que se confundían con los gemidos y los grititos de dolor, eran poesía. Ella, literalmente volaba sobre la punta de sus pies manteniendo la compostura y la poca dignidad que tenía. Cuando las lágrimas resbalaban por su cara no podía dejar de imaginarla como a la Rachel de Sean Young en Blade Runner. Y por ello nada podía pararme. Ella lo sabía y se lanzaba a mis brazos para que hiciera con ella lo que me diera la puta gana. Y mientras gritaba y sufría, aquella atmósfera que recreaba la canción sólo podía hacerla más bella.

Ya con el cuerpo desnudo y marcado, cuando el sudor se confundía con el aceite que impregnaba su piel, cuando mis manos sucumbían a los encantos del latido de su corazón inflamando sus venas y por ello apretaba, apretaba y seguía apretando hasta que su respiración pendía de un hilo, me infiltraba en sus ojos profundos y vacíos en aquellos momentos. Podría haberme ahogado en ellos, no me cabe duda. La saliva mojaba mis manos y su coño inflamado gritaba de deseo, entonces volvía poner la canción para empezar de nuevo. Tres minutos y dieciséis segundos que se repetían hasta que ella casi perdía el sentido una vez y otra y otra, hasta que su cabello se convertía en una maraña sucia y enredada sobre su cara sollozante.

La música y la carne se unían en aquella belleza difícil de explicar y que sólo podía ser disfrutada por sus ojos. Ella era feliz y yo era una bestia y aquella combinación era perfecta para ambos.

La pérdida no es solo musical, en mi caso es el fin de un recuerdo que aunque perdure en la memoria, ya deja de tener un ancla que lo asegure. Pero ¿por qué hablar de Jeff Beck cuando se pueden hablar de sesiones? Las sesiones, por mucho que las numeremos suelen ser una puta mierda.

Wednesday

 

 

 

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