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Cerró los ojos al contacto de los dedos, la respiración, pausada hasta entonces se cortó. No necesitaba que le vendase con nada, ese gesto era suficiente para saber que no podía abrir los ojos. Mucho tiempo tardó en acostumbrarse a no hacerlo, a veces de manera instintiva y otras por curiosidad. En ambos casos, el castigo había sido lo suficientemente severo como para no repetirlo. Otras veces, ante la imposibilidad de mantenerlos cerrados, pedía permiso, con mesura, esperando con desaliento la negativa. Sin embargo, siempre accedía y ella parpadeaba cinco o seis veces para volver a cerrar los ojos con suavidad. Descubrió que cuanto más fuerte los cerraba, mas necesitaba abrirlos por la irritación y la tensión muscular. Ahora todo era diferente.

Concéntrate, le dijo al oído. Quiero que sientas cada hilo, cada paso, cada hebra de la cuerda que ya te pertenece. Quiero que te zambullas en ese entrelazado caótico que es capaz de ordenar mis pensamientos. Sigue la cuerda al completo y a cada roce aférrate a un manojo, a cada nudo a un hilo hasta que descubras la luz en uno de ellos. Escucha lo que la piel te dice, lo que la cuerda te susurra, en cada vuelta, en cada aspereza, en cada centímetro de piel desollada, que gritará por ser sanada. Piensa y deja tu cuerpo relajado, inmune a la presión. Respira profundo y constante para que tu corazón al palpitar en cada rincón de tu ser sienta como se constriñe contra sí mismo. Y cuando, con el nudo final, el resto de la cuerda se pose con suavidad en el suelo extiende las palmas de las manos sobre tus nalgas.

Cada susurro se convertía en una imagen y ella, imbuida por las emociones y esas ensoñaciones que solo él podía causarle y que cuando le provocaban dolor, se minimizaba, descubría cada recoveco de aquella cuerda que tantas veces había usado en su cuerpo. Ahora cada traza de aquellas hebras era reconocible, prácticamente tenían la forma de los pliegues de sus extremidades, la redondez de sus caderas, la compresión de sus pechos y sin darse apenas cuenta, el aire entraba a borbotones en sus pulmones.

Relájate, guarda las emociones para más tarde. Tanto oxígeno hará que te pierdas en explosiones y fogonazos en el interior de tus párpados y perderás el control de tu cuerpo.

Sintió la caricia de su mano sobre la cabeza y tal y como vino, la presión desapareció, la respiración volvió a ser pausada y se dio cuenta de que su voz y su roce al mismo tiempo calmaba toda la tormenta presente y futura.

Extiende las manos, le ordenó. Creyó que por el desafortunado descontrol de su respiración recibiría una dolorosa reprimenda en la palma de sus manos y cerró los dientes con fuerza y disimulo. Las manos temblaron ligeramente al sostener la cuerda, el cabo final de aquel camino que volvía a iluminarse en su cabeza y le llevaba a un final glorioso.

Cierra los puños y aprieta fuerte. Siente el palpitar de tu corazón al compás de la cuerda. Conviértete en la música que sale de ti y reverbera en ella. Imagina le imagen hermosa que yo estoy viendo ahora mismo y entenderás porqué adoro que seas mía.

 

Wednesday

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