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Toda conexión sufre interferencias, cortes, silencios. Mientras apretaba el cuello, el aire dejaba que el tiempo siguiese su curso intentando no romper con un gorjeo la fina realidad que separaba la emoción y el fin de todas las cosas. Las cuerdas, con sus hebras entrelazadas, algunas de ellas partidas por tanto uso, deshilachadas por la torsión, también lo sufrían. Objetos inanimados que cobraban vida en manos expertas o novatas. Los principiantes le daban un recorrido mayor, presurosos y con miedo a perder la presión del nudo que se quedaba quieto para fortalecer el siguiente. Y así una y otra vez. Esos nudos se confundían con los de la garganta cuando no dejaban pasar la saliva o presagiaban lo peor en las despedidas. Pero también en la renovación de los votos, en el cariño dispuesto para la novedad que hacía temblar el cuerpo desnudo apoyado en la pared, temeroso de no saber si había que bajar la mirada o mantenerla, no por desafío, sino por respeto. Había tantas cosas y aunque el tiempo se dilataba, olvidaba cómo debía hacerlo.

Cuando cuatro manos temblorosas se acariciaban intentando que ninguna de ellas supiese la reacción de las otras, cuando la temeridad se dejaba de lado para intentar llevar a la pasión al lugar recomendado, las conexiones se hacían fuertes y los hilos, aún siendo finos se fortalecían con el espíritu aventurero de los participantes. A veces llegaba el amor y todo refulgía para convertirse en un maravilloso encuentro donde los colores y los olores se mezclaban en un lienzo de dominación y sumisión. Aquel aquelarre de emociones era suficiente combustible para mantener el motor en marcha y superar infinidad de obstáculos. Pero éstos, como todos los inconvenientes en la vida, mellan cualquier sólido principio.

El sabor de la saliva no se olvida, el aliento a deseo no deja de calentar y la sangre tibia endulza cualquier emoción. Sin embargo, el tiempo, la ausencia y el silencio carcome las fibras de los hilos que nos sustentan y nada puede volver a recomponer las hebras para que vuelvan a ser igual de robustas y capaces de soportar tensiones abrumadoras. Los hilos se rompen. Se rompen de verdad, y la caída a un vacío de soledad emocional es inevitable. Hilos hay muchos, soportes aún más, pero ninguno será como el anterior, ni tendrá el mismo sentido a no ser que abandonemos el tacto de los mismos.

Le gustaba ver cómo sonreía, mientras tendía hilos sin anudarlos a ningún sitio, mientras ella se acercaba a su abdomen para dormir en su respiración.

Wednesday

 

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