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¿Estos surcos son el resultado de los castigos? Seguramente no. La respuesta fue casi tan inmediata como la caricia que los dedos regalaron a sus glúteos. Con la cara apoyada en la pared, el calor penetrante hacía arder la piel de su culo y la parte anterior de sus piernas y, sin embargo, no dejaba de darle vueltas a todo aquello. No sabía si había cambiado el nombre a las cosas y a las acciones o simplemente debía aprender cosas nuevas, aunque fueran similares a las que ya había experimentado. Era todo confusión.

Y no se engañaba, le gustaba la confusión. No la que se produce por la falta de información, no la que se produce cuando una se enfrenta a una tormenta de opiniones similares y enfrentadas. Pero esa misma confusión es la que se producía ahora cuando la necesidad y la espera ansiada de un castigo no llegaba y se daba cuenta de que toda su vida había estado rodeada de castigadores y no de maestros. Se camuflaban, eso sí, pero al final era la mano, la vara o el duro cuero de un cinturón la que repasaba cada centímetro de su piel cada vez que erraba. ¿Y ahora qué? se preguntaba.

Las emociones cuando son absolutamente contrarias generan convulsiones o lágrimas o mala hostia o ganas de gritar. Todas ellas pueden mezclarse en una gran bola de fuego que se transforma inevitablemente en un montón de decisiones, casi siempre erróneas. Había estado tan expuesta a la constancia asfixiante de los protocolos que el suyo le parecía anárquico. Sin embargo, no lo era. Cosas simples, le susurraba siempre desde atrás. Aquellos gestos que parecían improvisados en realidad eran meticulosamente planificados y todo aquello le costó llantos y frustraciones que él no apaciguaba. Siempre había creído que el dominante era quien tenía que enseñar de manera directa, in situ. Aquellas correcciones suyas eran imperceptibles en el instante, pero sin embargo se convirtieron en anclajes profundos y sólidos con el tiempo. Ella aprendía sin darse cuenta mientras su cabeza cuestionaba los motivos y los métodos.

Era todo tan diferente que no sabía dónde ubicarse. El miedo a dar un paso en falso no venía motivado por la represalia sino por no tener la certeza de hacerlo bien. Se dio cuenta de que no temía hacerlo mal sino de no saber cómo hacerlo. Era entonces cuando él se acercaba como el humo y se mezclaba entre los cabellos, en la respiración profunda que inundaba los pulmones y ese calor sorprendentemente le aclaraba las dudas. Al final el paso era el correcto y el camino, el adecuado.

De eso se daba cuenta cuando su piel era arrastrada por el suelo rugoso provocando en ella heridas superficiales y cerraba las cadenas interiores que le unían a él.

Wednesday

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