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En aquel rincón imaginario, el de la vida, acurrucada y expectante se sentía vacía. Un vacío provocado por sus propias sensaciones, por la lucha constante de su yo, de lo que debía ser contra lo que él quería que fuese. Le apaciguaba por momentos su voz desde el otro lado de la habitación, pero cuando se apagaba, la sensación constante de ese vacío volvía a crecer en ella. No lo entendía, no lo aceptaba. Era todo lo contrario a lo que ella había dispuesto y aprendido, a lo que le habían enseñado año tras año. Pero luego le miraba y todo aquello se pasaba, por segundos se borraba de su memoria y relucía dentro de ella la misma constante de entrega y posesión. Era suya, se sentía suya y él así se lo hacía saber y entender.

Luego, la distancia de aquella habitación se hacía más grande. Ella seguía acurrucada con ese deseo impropio y salvaje de querer arrastrarse hasta sus pies y llorar solo por estar allí, de dejarse hacer y ser el recipiente que deseaba para sus lamentos y frustraciones, para su violencia y su pasión, para su amor y su roce. A ella el deseo le podía, pero siempre le pareció que a él eso no le importaba. Quizá la habitación fuera demasiado grande pensaba a veces. Quizá no fuera lo suficientemente buena. O tal vez él no tuviera la intención de que ella fuese lo que en realidad quería ser.

A todas luces se sentía perdida en esa confusión hasta que él, como el fragor de la batalla, la adrenalina que podría hacer mover montañas, sacaba de lo más dentro de su ser un leve susurro capaz de erizar su piel, provocar las lágrimas y hacerla crecer como nunca. “Te maldices a ti misma por no ser lo que eres sin entender que eres lo que yo quiero que seas. Me sirves y me adoras desde lugares de tu imaginación que ni siquiera conoces porque piensas que tu antiguo yo es el que debe servirme. Estás equivocada y hasta que no asumas que estás donde estás porque ese es mi deseo y no el tuyo no comprenderás lo importante que eres para mí. ¿Qué necesidad tengo yo de que me traigas un vaso de agua cuando estoy sediento? ¿Crees que esto te hace mejor sierva? ¿Qué necesidad tengo de que sientas que si no estás arrodillada ante mí no eres buena para mí o no lo eres para ti? En ese rincón en el que estás me completas y eso debería completarte a ti porque esa es tu finalidad y comprenderlo es lo que te completara a ti”.

El susurro se apagó de la misma manera con la que llegó. “¿Inútil? Mira mis ojos y mis manos porque, aunque ni te mire ni te toque, aunque me gire y te de la espalda siempre sonreiré por ti. Inútil no, vital.”

 

Wednesday

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