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El calor seca el papel. La correspondencia estaba amontonada desde por la mañana y no le prestó demasiada atención. Se abrió una cerveza y se sentó junto al fuego que hacía rato ya calentaba la habitación. Fue despachando las cartas sin abrir una a una, leyendo el remitente y dándole la vuelta por puro aburrimiento. Entre todos aquellos sobres destacaba uno de color amarillento y manuscrito. Echó el resto a las llamas y el fuego se avivó como la vida antes de extinguirse. Abrió el sobre con cuidado, separando el pegamento del papel sin que este se rompiese. El que hubiese estado todo el día junto al fuego ayudó. Sacó un par de hojas dobladas a la mitad y escritas en tinta azul. Cogió las gafas del bolsillo de la camisa, se las acomodó, desdobló las hojas y comenzó a leer.

“No sólo fuiste compañía, querido mío. Ni la cercanía más ardiente puede compararse con los momentos que pasamos juntos frente al mismo fuego que ahora debe calentar tu piel. El humo serpenteante que se enreda en tu pelo y tu barba es comparable a mis dedos intentando trepar hasta la cima del árbol en que te convertiste para mí. Ese fuego sólo es una parte de tu calidez, mínima pero incomparable con el frío torrente que desprende tu propio ser. Tardé años en entenderlo, en entenderte. Que la soledad que te invade y que te soporta no es más que tu propia esencia. Al principio imaginé, sin acierto, que era una pose, una circunstancia altiva que pretendía alejar a casi todos y tener cerca a casi nadie. Orbitaba en la lejanía, en tu nube de Oort y sentía que eras ajeno a mi presencia. En aquella distancia me helabas la sangre, pero cuando por las leyes de la naturaleza me precipitaba sobre tu piel, me evaporaba como los cometas para sin tocarte, salir despedida de nuevo al gélido vacío del espacio. Es verdad que desde allí te veía en plenitud, sin ese velo de confusión que crea la cercanía y distorsiona todo lo que se percibe.

Esa órbita excéntrica me mantenía caliente por dentro mientras en la periferia se congelaba todo excepto la mirada. Tenía miedo a tender la mano y con ello perder la cordura y el punto central por el que giraba una y otra vez. Eones de experiencias y vacíos, de silencios y de orgasmos silenciosos que sólo rebotaban en las paredes de mi alcoba. Y esa pequeña llama, ese punto de combustión, permanecía azul mientras estaba fuera. Pero a esa distancia notaba los temblores de la carne al ser golpeada, las tormentas solares que arrasaban el sistema y llegaban en oleadas a mi piel. Me sentía encadenada y zarandeada por tus manos y cuando tus ojos miraban al cielo se clavaban en los míos, deseosos de notar esa inmovilización y la vergüenza de tener tu atención. Se encendía mi piel y el azul se convertía en un blanco tan poderoso que nada existía alrededor. Notaba las cuerdas reptar por la piel, desgajándola y enrojeciéndola, el filo del cuchillo cortando como los anillos de saturno cortan el negro profundo y mi cuerpo tiñéndose del rojo marciano en honor a la guerra que mantenemos desde entonces.

Era entonces cuando por decisión propia me ofrecí sin hacerlo, cuando formé parte de tus elucubraciones, de esa vigilia luminosa que solo lleva a la absoluta oscuridad. Y lo hice libre, cerrando el candado alrededor de mi cadena porque tú la habías construido para mí. Atrapaste un cometa tan sólo con el deseo y con las imágenes que construiste para mí. Ahora mi jaula es todo lo que necesito cuando tú la cierras y oigo tus pasos sabiendo que todo está bien porque todo está como tiene que estar.”

Volvió a doblar las hojas y con cuidado las metió en el sobre. Dio un sorbo a la cerveza y sintió los pies descalzos caminar detrás de él. Los dedos se enmarañaron en el pelo y un ligero beso sobre su barba le volvió a la realidad. Se giró y miró sus ojos. A veces no sabía de qué color los tenía, si negros como el carbón cuando era arrastrada por la nieve, verde esmeralda cuando la luz del día se presentaba radiante a través de las sábanas o miel cuando corría por el bosque perseguida por las bestias que más deseaba. En cualquiera de los casos su presencia y sus silencios eran lo que daba vida a aquel nuevo sistema, se dijo mientras ella se sentaba sobre sus rodillas y sonreía sabiendo que aquella carta era su cuento de navidad preferido.

Wednesday

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