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El gusto por viajar puede rivalizar con el placer de observar por el simple hecho de hacerlo, sin connotaciones sexuales y desde luego, está al mismo nivel que la pasión por las cuerdas y las ataduras. El medio es lo de menos, ir de un punto para llegar a otro, disfrutar del camino, tentar el lugar para descubrir cosas nuevas, espectáculo de la vida, ni más ni menos. Las uñas rojas destacaron cuando la mano aferró con firmeza la barra, saltando de una a otra, lanzando rayos cegadores que atraían los ojos que rasgaban. La gabardina ocultaba misterio y los tacones que dibujaban en tiralíneas las piernas torneadas se mimetizaban con las barras en las que se agarraba. El pelo negro, dibujado con carboncillo, ondulaba entre los hombros y caían en vaivén sobre la espalda. La raya a un lado, ocultando una mirada felina, para algunos misteriosa y para él, un estanque esmeralda en el que zambullirse.

Se sentó a cierta distancia, con lentitud, juntando las piernas y colocando el bolso sobre las rodillas y las manos sobre el cuero. Bailaba el vals de la quietud, ese que hace que la respiración dirija el baile corporal, haciendo girar el vuelo de una falda oculta por la gabardina. El nudo bien apretado, con seguridad, confiada de su cuerpo, confiada de su cuerpo para alguien. Miraba hacia la ventana ahora que el tren comenzaba su marcha y con ella, se detenía en cada árbol, girando la cabeza hasta que se perdía por el cristal, hasta que fijarse en uno solo se convirtió en un imposible. Entonces se miró las manos colocadas con indiferencia para algunos y para mí en perfecta armonía. Un viaje diario, una búsqueda constante.

Los ojos se cruzaron y se escapó, huidiza la mirada, como la del gato asustado en la reprimenda, cuando se lame pero ignorando que la atención va con él. Sin embargo, como éste, vuelve, curioso a por aquello que le interesa. Las miradas cumplen objetivos, expectativas. Algunas, como la de aquella mujer, abren puertas a lugares deseosos de ser explorados, se agrandan, atraen como la gravedad, de manera irremediable. Otras huyen, sin parar, corren hasta el mismo infierno con tal de no ser descubiertas y esas, son las que menos tienen que ofrecer. La mía no enseña nada a priori, a no ser que desees averiguar lo que esconde. Bajó la mirada, sintiendo que se había convertido en un pez pequeño en un banco de otros peces pequeños, intentando salvarse de lo irremediable que es caer en una red de la que no se puede escapar.

Los nervios, el deseo, funcionan de la misma manera. Nos obligan a hacer o primero, que se nos pasa por la cabeza, algo intrascendente para soltarse de esa atracción tan difícil de comprender. Abrió el bolso y sacó un lápiz y un papel rosa y comenzó a escribir. Lo hacía rápido, con trazos nerviosos, una lista, un desorden que solo agrandaba el sentimiento de incredulidad que le abordaba y golpeaba como un martillo en el pecho. Dobló el papel y lo guardó en el bolsillo. Cuando levantó la mirada, yo ya no estaba, huidizo en cuerpo pero no en la mirada, pasé a su lado, levantando con el aire el pelo ondulado y estremeciendo su piel de manera extraña. Fluía, el aire, el agua, el fuego y la piedra que creía haber encontrado, una piedra en la que tropezar una y otra vez, sintiendo el deseo en su piel de rasgarse y templarse con la sangre que esos ojos podrían provocar.

Wednesday

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