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El temor a equivocarse mantenía sus deseos  detrás de una barrera imaginaria que jamás había franqueado. Unos deseos que a veces le llevaban al sofoco y a unas lágrimas incontroladas que era incapaz de contener. Después, volvía a sus quehaceres cotidianos, suponiendo equivocadamente que con ellos se olvidaría de esos deseos que le atormentaban a diario. Ni tan siquiera en la libertad de la soltería supo enfrentarse a ellos. Vivir en pareja tampoco sirvió de mucho aunque algunas cosas eran compensadas. Pero entonces, los escalofríos volvían, la imaginación se apoderaba de sus sensaciones. Un ruido aquí, una palabra allá, una lectura, una visión y todo, volvía a convertirse en un caos frenético.

No conocía nada se decía, pero al mismo tiempo esa necesidad le hacía haber percibido todo como si las vivencias fuesen reales. A veces solo eran los libros que evocaban necesidades, historias, relatos cortos. Otras, vivencias de otras personas que no sabía si por desconocimiento o por aventura, se habían sumergido en aquellas prácticas que ya eran necesidad. Veía una cuerda y su cuerpo reaccionaba, unas pinzas, el sonido de un látigo, el frío de las cadenas. Sentía que aquella obsesión nada ni nadie podría remediarla. Ni ella tampoco.

Fue un simple gesto, una ayuda. Solo eso cambió el golpe contra el suelo, del alcance orgásmico del cielo. Cuando tropezó al cruzar la calle sintió de manera brutal aquella firmeza que deseaba. La presión en el brazo fue tan bestial que la descarga recorrió su columna de abajo a arriba. Su cuerpo se detuvo, en seco, pero su cabeza ya ladeada peleaba por terminar golpeando el duro asfalto. Fue entonces cuando el pelo, tirante y sujeto con firmeza detuvo el impacto. Todo se paró, el latido se aceleró y se cruzaba dando estocadas con el pulso lento y regular de los dedos que aprisionaban su carne. El cuello tirante como nunca gritaba de dolor, pero le resultó tan placentero que la respiración se cortó de raíz.

Después de la violencia accidental, el cuerpo volvió a su ser aunque no su mente. Con la mirada prácticamente perdida observó a quién había evitado su caída y había acelerado su entrada en lo que desde ese momento no estaba dispuesta a dejar pasar. Se miró el brazo y vio la marca de los dedos de aquel hombre en su piel, y lo vio tan hermoso que deseo permanecieran indelebles para siempre aun sabiendo que aquello era uno de los pensamientos más estúpidos que había tenido. ¿Lo era? Después, él hablo, pero no entendió nada. La voz se perdía en el laberinto de las sensaciones incandescentes que su piel aún trataba de asimilar. Una sonrisa devastadora, los dientes blancos y los labios carnosos camuflados en una espesa barba. Y el sol desapareció, porque hasta ese momento el sol, solo era oscuridad. La luz se hizo detrás de aquellos ojos oscuros como la noche. Y siguió iluminando incluso cuando él se dio la vuelta y se alejó calle arriba, caminando despacio entre el crujir de sus botas mientras el viento agitaba su pelo oscuro y sus manos se escondían en los bolsillos de sus vaqueros. Allí se quedo unos minutos intentando descifrar todo aquello, como un hecho tan simple y accidental había por fin liberado la presión interior a la que había estado sometida toda su vida.

No se puede conocer ni ser libre sin experimentar, sin sentir ni interiorizar aquello se dijo. Ese era su comienzo.

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