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He olvidado las veces que dije que hay que tener cuidado de la intensidad con el que se piden las cosas. Cuidado no significa no hacerlo, cuidado significa no repetirlo hasta la saciedad dando la tabarra cada dos por tres. Y aquí estaba yo con el mando a distancia en la mano mientras escuchaba a Thelonious Monk acariciar las teclas de su piano, subiendo y bajando al mismo ritmo que la máquina. Sin duda era algo sorprendente e inaudito. Los auriculares se adaptaban a la perfección, haciendo resonar toda aquella música tan solo para mí. En frente dibujaba los gemidos ya casi gritos, el charco de saliva y las piernas y brazos temblorosos por mucho que estuvieran bien atados a los soportes.

La semana fue extenuante y ella estuvo un poco fuera de lugar, pensando más en sus ensoñaciones y fantasías que en la posibilidad de que fuese posible. Echaba de menos las noches eternas de sexo. Yo también, pero no tenía energía ni capacidad para hacerlo. No ahora. Ella, gata mimosa cuando le salía de los cojones, se restregaba en mi regazo, aparecía en la habitación o en la cocina, de rodillas, y con mirada lasciva se mordía el labio para luego poner unos adorables pucheros. Día tras día, un acoso y derribo constante. Noté como según avanzaba la semana, ella estaba más excitada. No se tocaba, quizá por miedo a hacer algo incorrecto y sin permiso o simplemente porque quería aguantar el calentón. Me reventaba la cabeza, no quería hablar de nada más que de eso, describiéndome situaciones, momentos, posturas y fantasías. Pasaba de ella y se cabreaba. Entendía mucho más de lo que se imaginaba por lo que estaba pasando, sin embargo ella, en ningún momento se ponía en mi lugar. Tampoco tenía porqué hacerlo, pero al menos podría haber sido un poco más comedida.

El domingo,hoy, salió de compras y regresó cansada. Entonces sonreí. Entró por la puerta cargada de bolsas que soltó en cuanto le aprisioné el cuello y levanté su menudo cuerpo del suelo para estamparlo contra la pared. Le puse la mordaza tan rápido que no le dio tiempo a decir nada. Eso era en realidad lo más difícil. Le arranqué la ropa, total, había comprado nueva y además me importaba bien poco. Cuando estuvo desnuda de cintura para arriba, bajé la cremallera de la falda que se deslizó hasta los tobillos con un siseo embriagador. Acaricié el coño por encima de las bragas y ardía. Arrastré el cuerpo sin dejar de apretar el cuello y se la enseñé. Abrió los ojos tanto, de emoción y estupor que no supe que le había impresionado más. Coloqué el cuello y cerré la argolla al igual que hice con las de las muñecas y los tobillos. Además amarré con cuerdas los muslos, le hice una coleta y la anudé a un gancho que le metí en el culo sin darle tiempo a hacerse a la idea. Tensé el cabo. Bajé el brazo. me fui al sofá y me senté. Abrí una cerveza fría y pulsé el botón. El dildo comenzó a moverse entrando y saliendo despacio en su coño mientras ella comenzaba a gemir. Eran las diez en punto de la noche.

La noche será larga Sylvie. Vamos a ver si es verdad que echas tanto de menos follar toda la noche.

 

Wednesday

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