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Le apartó el pelo de la cara, con un movimiento sencillo mientras ella miraba al suelo. Se detenía en aquellas cosas que para muchos eran insignificantes pero que para él lo eran todo. Ordenaba los cubiertos frente a ella sin dejar de mirar a sus ojos, a veces sonriendo y otras, con un rictus atormentado que daba miedo. Le abotonaba las camisas, a su gusto, oliendo el perfume que antes había pulverizado sobre la piel. Le sujetaba la mano cuando se subía a los tacones y dejaba que se aferrase con firmeza a su brazo por temor a que cayese. Ella entendía en ese momento lo que significaba sentirse protegida. Pasaba el pulgar por los labios, eliminando el sobrante de color y notando la rugosidad de unas manos acostumbradas a las cuerdas y los azotes, a la violencia, pero que en aquellos instantes se movían sobre ella como las alas de un pajarillo curioso.

El puño se cerró sobre su cabello y sintió como el cuerpo se elevaba unos milímetros sobre el suelo, arrastrado por la fiereza de su dueño, expulsando toda la suavidad al otro extremo de la habitación. Los contrastes y lo inesperado que proporcionan le hacían perder la cabeza. El movimiento hacía bambolear sus tetas, libres tras la tela fina de la blusa y el roce de la misma con los pezones le producía un cosquilleo que abrazaba todo el torso. La pared frenó el entusiasmo y el golpe le hizo recordar de que se trataba todo aquello. Soltó el pelo que cayó sobre los hombros, pesado y sus muñecas fueron ahora apresadas y levantadas por encima de la cabeza. Perdió todo el aire que contenían los pulmones en un largo gemido. Luego él introdujo una de sus piernas entre las suyas y las separó con violencia. Desde aquella altura, desde lo alto de los tacones podía oler su barba y mirarle los dientes, rabiosos y dispuestos a masticarla entera.

Al principio solo olisqueaba, como un animal curioso. El pelo, las mejillas, los labios y el cuello. Escudriñaba, buscando donde hincar primero los dientes. Con una mano agarraba las muñecas y las presionaba contra la pared y con la otra, abrió el grifo del deseo. Arrancó la blusa de un solo tirón. La fina tela se caía a pedazos mientras de manera instintiva ella buscaba con los brazos tapar su cuerpo desnudo. El hombro la empujó contra la pared y la espalda notó la desigualdad de aquellos muros ásperos. El gemido se tornó en grito y la mano que acababa de empaparse agarró el cuello. La suavidad tornada en violencia ahogaba ahora su desesperación. Soltó sus muñecas pero los brazos quedaron levantados, como si una fuerza invisible los aprisionase de la misma manera que él lo había hecho. La bofetada cortó el labio inferior y la sangre, a pequeñas gotas, salía reclamando atención. Se separó un poco y los ojos se volvieron oscuros, los dientes se afilaron, y el gruñido animal lo inundó todo. Fue devorada.

Aquel pequeño gesto, aquel dedo apartando su cabello, fue más que suficiente para que se diese cuenta que el depredador ya había obtenido su pieza.

 

Wednesday

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