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Está de moda, no hay duda. Mueves una fusta y salen dominantes de cartón piedra de sitios inimaginables. La cacería ha comenzado y uno se tiene que vender y usar los reclamos de manera efectiva. Pertrechados con sus mejores galas y sus frases ampulosas o en el mayor de los casos, groseras y soberbias, se inoculan este virus tan curioso de ser amo de media noche y medio pelo. Agazapados y oteando los cotos donde al parecer, pueden cobrarse las mejores piezas, se pavonean como lo que son.

El uso de la primera persona del singular les delata. Dan la patada en la puerta y se presentan, no hace falta sacar credenciales emulando a los agentes especiales. Eso sí, en común tienen el traje y un montón de tópicos que sirven para moverse entre las teclas y las piernas de las mozas.

Poco dice de un dominante merodear al acecho con nocturnidad, alevosía y ese aura de estupidez que llevan consigo. Pero así es la selva actual de la oferta y la demanda. De esta última hay, mucha, demasiada, inabarcable. En cuanto a la oferta, nos hemos metido en un mercadillo, un zoco de todo a cien (o a un euro en estos momentos coyunturales) donde el regateo roza lo ridículo y las rifas están a la orden del día.

Algunos tienen tantas papeletas que se las llevan dobladas y ellas, dobladas quedan, para el arrastre. Pero ellos tienen poder, al menos el poder tener el valor de decir gilipolleces, que ya es mucho. Y sólo nos queda un saco, uno bien grande y lleno de mierda con el que esparcir a los cuatro vientos frases tan legendarias como “yo te puedo hacer sentir eso”.

Un Hitachi no habla tanto y hace más.

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