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Es una necesidad humana esta de fiarse de otras personas. Es difícil negarse a algo tan necesariamente humano. Nosotros mismos a lo largo de la historia nos hemos dicho una y otra vez que nuestras relaciones se cimientan en la confianza. Desde lo más remoto ha sido así. Pero visto lo visto en el camino de nuestra raza, es todo una puta patraña.

La confianza es un artificio, algo que nos hemos inventado para dar rienda suelta a unos estándares trasnochados donde la bondad del hombre tiene cabida. La lucha del pensamiento de Rousseau y Hobbes. Buenos o no, lo cierto es que cuando confías en alguien, estás colocando un cuchillo afilado en tu garganta y dejas expuesto tu cuello a la decencia de aquel en quien has confiado. Muchos pueblos han caído así durante centurias. Evolucionamos tecnológicamente tanto que no nos damos cuenta de que genéticamente somos unos putos animales todavía.

Así las mujeres, con una esperanza de vida que ronda los 80 siguen menstruando a los doce, igual que hace quinientos años donde la esperanza de vida era de veintisiete años y una de cada tres moría en un parto. Grandes logros humanos para demostrar que seguimos siendo unos hijos de puta. La lanza y la pedrada la hemos transformado en dinero y posesión material, la caza por ir a la nevera y aun así, los roles del hombre y la mujer poco han cambiado o mejor dicho, nada han cambiado.

Se acercan las personas con sus sonrisas, su candidez, su franqueza a veces tibia y otras ardiente. Todos ellos se muestran tal y como son pero la realidad es que lo hacen tal y como nosotros queremos que sean. Esto es recíproco. Es un fabuloso Quid pro quo. Donde unos dan a cambio de otra cosa. Pero lo que la naturaleza nos dio en su día, ese sentido de alerta, ha desaparecido. Ahora decimos eso de las apariencias engañan, o me da mala espina, pero a cambio tenemos lo del beneficio de la duda y por su aspecto no puedes juzgar.

Equivocados estamos. Todos son lobos, los corderos hace mucho fueron devorados. Ancla los pies en la tierra, con firmeza, saca las garras y degüella a cualquiera que se acerque porque lo más probable es que quiera hacerse con tu piel de cordero y colgar un nuevo trofeo en su pared.

Todos los que hicieron daño, pagarán. Es una ley natural tan válida como poner la otra mejilla, pero a mí la otra, me gusta mucho y no pienso ponérsela a nadie más.

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