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Cuando miraba a su alrededor se daba cuenta de que el ideal estaba en cada uno. Cada cual ensalzaba aquello que le convenía. Era una muestra más de esa nueva inhumanidad del ser humano. Sentía que cada mañana, nos disfrazábamos de ese ideal personal que intentamos regalar a aquellos que nos observan o nos sienten. Todo era perfección en un mundo imperfecto. Desconocía la necesidad de agradar de todos para todos, con la sonrisa indeleble y al mismo tiempo y por si acaso, el acero preparado en la mano para asestar certeros y duros golpes a aquellos que instantes antes disfrutaron de nuestra brillante sonrisa. Ella, sino como todos, intentaba que él viese esa perfección y ese ideal, ocultando los detalles oscuros, los pliegues emocionales que atormentaban de alguna manera su existencia. Ocultando la tristeza tras un velo invisible de ideal.

Se equivocaba. En los matices está la comprensión. Eso se lo dijo a lo largo del tiempo y nadie, es capaz de esconderse de ellos, ni tan siquiera ocultarlos. Es cierto que solo había que prestar atención, darse cuenta cuando se ocultaba en un rincón concreto para derramar alguna lágrima que rápidamente secaba para evitar las preguntas inquisidoras. Pero tampoco ella dio la oportunidad de preguntar. Él callaba y observaba los motivos. Ocultar las tristezas, o los momentos de indefensión le causaba curiosidad e intranquilidad a partes iguales. Lo primero por averiguar los motivos por los que lo hacía y lo segundo por quizá, no saber como solucionar un problema en ciernes.

El ímpetu que ella atesoraba y él apreciaba en su justa medida podría desbordarse. Ella temía su reacción agresiva hacia él si le preguntaba pero también la ausencia de interés enrabietaba su corazón que peleaba con las lágrimas para sobreponerse al llanto. Él desconocía los motivos de aquella conducta, pero entendía que igual no era necesario sacar la verdad. La verdad se escapa sola de su prisión, no hace falta empujarla. Un vicio de nuestras mentes, abocar al individuo a decir lo que queremos cuando queremos. Seguía observando, miraba con inquietud mientras ella, incapaz de ocultar ya nada, sollozaba en silencio en su rincón.

Los silencios son como pesadas cargas, herméticos sentimientos que se posan sobre nuestros hombros y nos clavan en el suelo. Pero en aquella ocasión, las manos agarrando la cabeza y girando el menudo cuerpo hasta dejarlo frente al suyo, el abrazo poderoso que junto al silencio le abocó a una negrura profunda pero cristalina. El tendió la mano del silencio y la comprensión y le dio una tiza, la que capacitaba a su alma a escribir en la pizarra oscura y pulcra, en su pecho y en sus ojos, con los silencios, pero sobre todo por la comprensión de que los malos momentos deben vivirse en conjunto, aunque no se verbalicen, abriendo la puerta de la comunicación gestual. Donde estar implica sentir y comprender y sobre todo, aprender. Como dominante, el único y verdadero cometido es el de iluminar el sentimiento y en la noche más oscura, ser la única luz y fuente de cualquiera de sus sonrisas.

 

Wednesday

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