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No tenía por qué sentirse perdido, pero el cansancio le volvía a llevar al punto de partida una y otra vez. Aquel enorme tablero lleno de encrucijadas, la mayoría creadas por él se había convertido sin casi haberse dado cuenta en un lugar de perdición, donde el desconsuelo consumía cada gota de emociones. Notaba que ya había pasado por allí, pero no como si observase de primera mano lo que él había creado, sino como el recurrente bucle del desasosiego por el que uno pasa decidido a solucionarlo pero comprueba que no ha servido para nada. Sabía llegar al centro de todo aquello y salir de la misma manera, incluso si cerraba los ojos sentía como sus pasos eran guiados por el subconsciente, desafiante y convulso. Sin embargo, una y otra vez volvía a mirar aquellos muros donde se iban escribiendo con pulso invisible los errores y desquites.

Se sentó unos minutos, más para descansar la mente que para procurar una respuesta certera a sus continuos errores. Era el tiempo, inexorable en su camino hacia lo definitivo lo que le hacía tambalearse. Su poder, en las manos abiertas era inconmensurable, la voz, apaciguaba cualquier revuelta en el interior de la sumisa, pero ella, desde el mismo centro del laberinto reclamaba su atención. Sintió que en lo que antes tardaba un ligero paso, ahora era una caminata infame, lo que antes era un ligero soplido convertido en vendaval sobre aquellos cabellos sedosos ahora ni siquiera era capaz de mover una brizna. Miro al cielo buscando la respuesta a sus propias reflexiones, escritas en el firmamento para que ella pudiese observarlas siempre que quisiera, pero aquel día, las nubes se cernían sobre las paredes y las encrucijadas.

Se levantó y se sacudió el polvo. Motas minúsculas que le frenaban como si de centenares de hercúleos brazos retuviesen sus deseos. Apretó los dientes y gritó. Gritó tan fuerte que el centro del laberinto se convulsionó, las paredes se agrietaron y se convirtieron en escombros. Lo que creo para ella, para que no desviase su atención se había vuelto en su contra y cada vez le mantenía más lejos si cabe. Cuando el polvo se disipó, cuando la roca quedó amontonada como los valores destruidos por el nihilismo, negando el sentido de la vida que hasta ahora había llevado y enseñado. A lo lejos la figura esbelta, sorprendida por la claridad de su nuevo horizonte, temblaba más por desconocimiento que por miedo.

Nada, gritó él, nada será obstáculo para ninguno de nosotros. La voz será la luz, la guía y el filtro que nos llevará donde deseemos. Tu sitio es el centro y yo, a la vista, siempre, determinaré cuán lejos o cerca de ti estaré, pero sin dejar de observarte. Siénteme cuando esté cerca porque mis dedos te clavarán aún más al lugar en el que estás. Respeta la lejanía y teme dar un paso hacia mí porque eso podrá hacer que vayas en la dirección equivocada. Descubre de nuevo la presión de mis manos en tu cuello, los latidos del corazón bombeando con furia salvaje la sangre que nutre tu vida y después, riega la tierra de donde yo beberé.

Obedece, mía.

 

Wednesday

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