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Hay artes nobles y otros, en cambio, se cuelan desde lo más profundo de la miseria humana para, vestidos con ornamentos adecuados, maquillar de manera sibilina lo que no son, enmascarando sus mediocridades y falsificando con cierto prestigio una impostura que se queda en muchas retinas y demasiadas pieles. Bajo este enjambre electrónico, es difícil despejar ciertas dudas, lagunas profundas que nos pintan como someros charcos de delicias y sometimiento. Muchos, no por ser incautos, sino deslumbrados por esa facilidad exhibida, se adentran en esos confines abisales y oscuros con el ánimo encendido por esa belleza que tanto ciega. Es  entonces cuando, sin la ayuda de algo que les haga flotar, se hunden como pesos muertos, como cuerpos inmóviles por esos bloques de hormigón idiomático que fácilmente anclaron a sus pies. Un hundimiento inevitable y con unas secuelas terribles.

En esas profundidades oscuras se encuentran los verdaderos depredadores, sin sus máscaras ni sus disfraces, sin su retórica, sin esas imágenes tergiversadas de la realidad del bdsm. Y aparecen con las fauces, dispuestos a devorar, a robar algo tan personal que no dejan títere con cabeza, y en su banquete, son incapaces de comprender que lo que en realidad están devorando son las heces de lo que ellos envolvieron en papel de regalo. Piel, carne, huesos, emociones, sentimientos y deseos, todo ello mascado y deglutido con el único afán de consumir. Y sin tiempo para hacer la digestión y apartando a un lado aquello que aún no has acabado, como si los restos del plato no fuesen lo suficientemente apetitosos, pasamos a un segundo plato y a un tercero, a un festín de degustación, postres incluidos, en el que lo importante no es disfrutar de aquello, sino probarlo todo aunque no hayamos entendido nada de lo saboreado.

Las sobras, como todos saben, van a la basura, mezcladas pero no agitadas, oliendo a desesperación y a desprecio, a incomprensión y a dolor, a hostias recibidas sin venir a cuento, a humillación sin respuestas, a silencios. Entonces se inicia una travesía por el desierto, donde sin apoyos, sin consejos, vuelves a hundirte en esa profunda grieta abisal porque no fuiste capaz de desprenderte de esos bloques que te arrastran sin remisión, y de nuevo, otras fauces, tan fieras como las anteriores sino más, desgarran de nuevo la desesperación y el desconocimiento. Y salir de allí se antoja imposible.

Pero esos ladrones han de saber, que como en el viejo oeste, a los cuatreros se les ahorcaba.

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