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Cuando recordó el último orgasmo, recordó también las últimas lágrimas. La carne viva de las heridas, los recuerdos acumulados, las cuerdas desperdiciadas y los momentos que pudieron haber hecho de aquello algo inolvidable. Sin embargo, en la lejanía, en el desprecio y en el amor, seguía siéndolo. A veces las preguntas sin respuesta tenían formas curiosas de presentar batalla y dispersaban en su mente olores y sabores que creía olvidados. Esa forma de mentirse a sí misma era una excusa para aventurarse en nuevos viajes y cuanto más lejos se iba, cuanto más intenso era el recorrido, más fuerte y rápido era el regreso a las mismas manos y todo volvía a empezar. Se perdió tantas veces en aquella mirada oscura que no sabía cómo hacer para no volver a ella. La rabia y la frustración, el deseo y la tristeza se aglutinaban para estamparle la puta realidad en la cara. Nada se puede hacer cuando una cadena ha estado tanto tiempo anclada a tus extremidades y las mismas manos te han arrebatado el aire que te hacía permanecer en ese lugar una y otra vez.

Ahora, suspendida y mecida por el cáñamo, cerraba los ojos y se dejaba llevar por una nueva vida. Se sentía en realidad tan abandonada como aquella estación en la que los muros derruidos cambiaban la fantasmagórica presencia de la luz por la densa sombra de su pasado. Se quedaba sin aire tan a menudo que su kinbakushi debía descolgarla y dejarla reposar en el suelo húmedo. Él no terminaba de entender aquel colapso y las posteriores lágrimas, sin embargo, por mucho tiempo que le dedicase ella seguía sintiendo los mismo, que el estrecho lazo emocional, su kinbakushi no estaba junto a ella y si a cinco mil millas de distancia.

Aquel nexo de unión invisible no podría durar tanto, se decía cada día más de una vez. no puede durar tanto. La conexión no es algo que se produzca a menudo. A veces se tarda una vida en conseguirla, otra ni tan siquiera es posible y en aquellas circunstancias, la sentía tan fuerte que se dejaba ir en dirección contraria, evitando así tener que pensar más de lo necesario porque la realidad era que ella no quería pensar. El objetivo de esa dejación no era otra que la de volver a sentir lo que aquellos años le proporcionaron y que, como todos en las mismas circunstancias, buscaba en otros lugares y otras personas. Nada volvería a ser igual, los ojos cerrados querían sumirse en una profunda desolación capaz de permitir que las cuerdas, las nuevas, pudieran fluir por su cuerpo sin que notase la diferencia.

Cuando se elevó de nuevo sintió que surtía efecto, que aquel balanceo le permitía sumergirse en esa negrura que hacía que se alejase aún más de los recuerdos y se sintió bien. Cuando los dedos acariciaron las cuerdas y la piel, cuando pulsaron zonas que creía olvidadas, el estómago se encogió igual que el día que él se despidió. Abrió los ojos con la boca seca y rodeándola estaba él de nuevo allí, sin aquella larga distancia que les separaba, moldeando de nuevo su cuerpo y su placer y sin decir ni una sola palabra, sin necesitar explicar los motivos de su regreso, consiguió que llorase y se corriese y riese al mismo tiempo. Ese sollozo tan distinto, el de la vuelta, el de la cesión de quién había estado atando su cuerpo los últimos años y ahora le había devuelto a su verdadero kinbakushi, el del agradecimiento, creó un hermoso mosaico móvil presidiendo el muro derruido de la distancia.

El pasado y el presente frente a ella recorrieron un largo camino para desembocar en aquellas lágrimas descontroladas. Como debía ser.

 

Wednesday

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