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Quizá el sentimiento abrumador que tuvo aquella primera vez le hizo sentirse descolocada. Siempre había sido sumisa, al menos desde que su vida emocional y sexual tenía sentido y siempre había sido tratada como tal. Eso es lo que siempre había creído. Sin embargo, arrodillada a los pies del sillón donde reposaba la cabeza en las piernas de su señor, el silencio se convirtió en una amalgama de paz y de emociones completamente nuevas. Las órdenes habían ido de la mano, sabiendo lo que debía hacer antes y después, acatando la responsabilidad de cumplirlas o el castigo por no hacerlo. Sentía que su sumisión tenía cimientos firmes y fuertes porque sabía siempre lo que debía esperar. Él arriba y ella, siempre abajo.

Aquel silencio solo roto cuando él hablaba con la pausa del que sabe lo que hace aunque a ella le costaba seguir, zarandeaba todo lo que habían construido a su alrededor. Recordó entonces la mano en el cuello y el susurro después de un abrazo inesperado, no solo por lo fuera de lugar para ella, sino por el sentido que tuvo. Le llevó a un estado de paz después del nerviosismo que nunca había sentido. Luego, la violencia de su cuerpo golpeando la cama y la presión constante, elevó su mente a esa especie de nirvana que siempre llamó subespacio y al que jamás había llegado. Al menos, no de esa manera.

A veces, el complacía esa necesidad que ella creía acrecentar donde necesitaba la implacable rutina del amo y la sumisa, y aceptaba entonces marcar el rol de la superioridad y de la inferioridad, ficticia y artificial como se había empezado a dar cuenta. Cuando quedaba claro por como el protocolo y las normas dictaban que él era el amo y ella debía hacer todo lo que él demandaba, ella sorprendentemente sentía cierta desazón. Sin embargo, cuando su relación partía desde el mismo punto, el de la cordialidad, el de la complicidad de dos personas que comparten algo en común, ella se empequeñecía ante su presencia, ante sus palabras, porque inevitablemente, dominaba todo su ser.

Comprendió lo que significaba ser un amo, comprendió lo que implica sentirse dominada y allí, arrodillada en silencio, comprendía sus acciones y sus porqués, la ausencia de gritos incluso cuando era castigada y la fortaleza y el poder que ejercía sobre ella, porque era suya y lo sabía. Aprendía más, crecía mucho más rápido y se entregaba con más firmeza y todo desde aquella emocionante nueva sensación de sentirse igual y por ende, saber donde estaba su sitio, a su lado, no tras él.

 

Wednesday

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