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Nadie dijo que fuera fácil, ni siquiera que no tuviera grietas profundas y a veces parecieran insalvables. Las cuestiones vitales, las que te hacen sentir verdaderamente humano, son las que hacen que te arrastres y te dejes la piel en cada centímetro que avanzas. Ese dolor interno solo se disipa cuando consigues ver que tu progreso ha tenido sentido. Quién decide ese sentido depende de nuestras obsesiones. En el fondo no son más que trifulcas entre nuestros sentidos para poder valorar de la mejor manera posible el resultado de nuestros retos.

Ella se mantenía firme, con un perpetuo dolor punzante en el alma que a veces se calmaba cuando le escuchaba y desparecía cuando las manos acariciaban la piel, o la reventaban a hostias porque en aquellas circunstancias, el contacto era lo único que le mostraba cierto alivio. Él, a su lado, a veces disfrutaba de los silencios y de las inacciones que durante las noches les alejaban por completo. Luego, en algún arrebato de ira o de tristeza, se sentía tan poderoso que arrasaba el cuerpo curvilíneo hasta que se derrumbaba entre convulsiones, en una extraña mezcla de placer y de rabia.

La vida era aquello, su vida era una posesión fuera de toda norma, donde el amor, el odio, el olvido y el reencuentro afectaba a cada faceta externa de su existencia. Había momentos grandiosos, encontronazos de violencia y amor donde se destruían mutuamente con deseo y placer. Los átomos cambiaban su configuración, el tiempo se expandía y los gemidos ocupaban los vacíos que el universo se había empeñado en llenar durante miles de millones de años. En aquellos instantes, la física era otra cosa, una especie de plasma maléfico que comprimía la violencia de los golpes, las fibras de las cuerdas, el filo de las cuchillas y la punta de las agujas. La madera de los instrumentos convertía lo cuántico en simples golpes certeros e inequívocos.

Era una vida fragmentada, una vida quebrada llena de grietas, unida por los anillos de su propia existencia y que se cerraban al mismo tiempo que las manos poderosas comprimían las arterias del cuello, cegando a los pulmones del oxígeno que tintaban la sangre derramada de rojo escarlata y de púrpura el interior de la piel. Una vida magullada que tenía esos instantes felices y luego les arropaba con silencios perpetuos. Aun así, adoraban aquellas vidas quebradas.

Wednesday

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