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Corría como podía, tropezándose en las piedras salientes del camino, junto al risco, buscando la protección de los árboles mientras a su alrededor, los silbidos cortaban el aire para luego provocar un sonido seco que resonaba entre los silencios de su aliento. Sudaba aunque hacía frío y deseaba haberse mordido la lengua, tan viva para ciertas cosas y tan larga para otras. La exposición de arte le había dado ideas y quiso que su piel fuera un lienzo virgen para él, para que pintase lo que le pareciese y lo disfrutase. Lo disfrutasen. Déjame pensar algo, le dijo él con desdén, disimulando lo maquiavélico del plan con gestos de desidia. ¡Menudo cabrón! maldijo para sí mientras saltaba sobre un tronco y se clavaba la corteza en la parte trasera del muslo.

El día prometía. Él se levantó sonriente, vivo y le azuzó a que espabilase con un par de azotes suaves en el trasero. No necesitaba más. Así, con ese gesto tan sencillo y como las buenas mascotas, movía el culo con alegría. Cuando llegaron al bosque se sintió contrariada. Durante el camino no hablaron de lo que iban a hacer y ella no creyó oportuno preguntarlo. Sabía lo que hacía. Bajaron del coche y le pidió que se quedase fuera. El barracón olía a nuevo pero tenía aire antiguo y siniestro. Cuando salió un gritito se ahogó en su garganta. Quítate la ropa, le dijo. Tardó unos segundos en reaccionar. Sabía que era él por la voz, pero la máscara terrorífica que llevaba le dio que pensar. Odiaba las películas de miedo con toda su alma y tenerle delante, con su imponente figura y la cara cubierta con una máscara de hockey desde la que solo se veían los ojos, le acojonó de verdad. En una mano, llevaba una pistola, en la otra una mochila llena de munición. Cuando se quedó en bragas sólo escuchó, ¡Corre hacia el bosque!

Llevaba quince minutos corriendo, sin parar y sin resuello, con la piel hecha trizas y la sangre decorando el paisaje. Se escondió detrás de un árbol grande y se miró. En otras circunstancias aquella imagen le hubiese excitado. Ahora, solo estaba asustada. El primer impacto dolió, azul explotando en uno de sus pechos. Cayó hacia atrás más por el susto que por el impacto. Después, ráfaga tras ráfaga colorearon la piel de dolor y colores chillones. Sabía que cada impacto traería una marca púrpura en unas horas y ya no le pareció tan doloroso. Echó a correr pero allá donde fuere, él estaba preparado. Fue una cacería hermosa, una mezcla de naturaleza y colorido artificial, el trino de los pájaros y los gritos de dolor, la brisa que traía un fresco aroma desde las profundidades del bosque y la calidez de la sangre impregnado la tierra y la vegetación.

Cayó de rodillas cuando los proyectiles se agotaron. Un final feliz, un lienzo salvaje. Ella tuvo lo que deseaba y él, su blanco humano.

 

Wednesday

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