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Que donde una vez dije digo, tenga que decir Diego no deja de ser un mero instrumento de chantaje con todas las letras. Las relaciones humanas, las económicas, laborales y afectivas tienen un componente de chantaje que asusta si realmente te paras a pensar en ello. Y a los dominantes se nos va de vez en cuando la pinza y aprovechamos la coyuntura para darle boleto o presionar según nos vengan las circunstancias y deshacernos de aquello que más nos molesta. Pero si esto, puede tener cierta discusión, que en realidad a mi me preocupa poco, la que no deja lugar a dudas es aquella en la que presionamos y pulsamos donde más duele para hacer que la sumisa nos de todo aquello que nosotros deseamos, sin pensar claro que a ella, quizá le toque un poco los cojones.

No estoy hablando, claro está, de esas sumisas con personalidad, que no anteponen las gilipolleces del dominante tan solo porque es un dominante machito y hace lo que le place. Éstas, empaquetan sus asuntos y te dan pasaporte visto y no visto, que ya saben de que pie cojeamos y están más que hartas de aguantar a soplapollas de tres al cuarto. No, me refiero a las recién llegadas y las no tanto pero no se en que puto mundo del bdsm han vivido, a las que desconocen algunas cosas, a las que han sido mal enseñadas y su mundo se reduce al sota caballo y rey, a las que se lo han leído todo pero no han encontrado nada, a las que sin leer, han llegado hasta allí porque de pequeñas les molaba ser la prisionera de los amigos de su hermano mayor cuando jugaban a tirarse piedras y meterle mano.

Es un mundo de consumo, de usar y tirar, de novedades que quedan obsoletas al mismo tiempo que aparecen, con ellas sucede lo mismo. Las sumisas ya no son un modelado que en nuestras manos pueden llegar a ser casi perfectas o al menos perfectas para el dominante que cuida de ella (si, cuida, que dar hostias implica también cuidar). Ahora damos algunas directrices como preámbulo rápido a un polvo aún más rápido y si la cosa no funciona, tiro de agenda y sustituimos rápidamente.

Antes el orgullo lo llevábamos dentro y lo sacábamos en momentos puntuales, ahora con meter la mano en el bolsillo lo arreglamos, ahí lo tenemos, como la calderilla para estampársela a cualquier ingenua que se atreva a meter el hocico entre nuestras manos.

Sensación de vivir.

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