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Perdía la perspectiva de las cosas por el afán de encontrar algo concreto, rotundo. El conjunto que se asemejara a aquel arquetipo, todo ficción que durante toda la vida se había estado componiendo, por la experiencia y por el deseo. Algo no terminaba de encajar bien. Tenía la misma extraña sensación que se percibe cuando estás en un restaurante acogedor y su comida abundante y aromática, frente a la persona adecuada, hasta que colocas los brazos sobre la mesa y ésta, se balancea porque carece de la firmeza necesaria. Puedes cambiar de mesa, pero ya no es lo mismo. Todo se habrá perdido. Años enteros, vidas consumidas en una búsqueda ridícula de algo completo. Entonces bajas la guardia, claudicas en tus ideales y te sales del camino, hastiado y algo confundido contigo mismo.

Como un chasquido llega, el misterio que hace perder todo el sentido y toda la razón. No es algo absoluto, no es el conjunto, es sencillamente único. No necesitó más, no tuvo que ver más, ni indagar, ni escarbar para poder enterrar los pies y conseguir cierta estabilidad. Cuando descubrió aquella sonrisa, que podría haber sido perfecta o no porque eso era completamente irrelevante, descubrió las penumbras de su camino, abyecto y demasiado cargado de parafernalia importada de otros pensamientos que no eran suyos. Quedó en silencio, sintiendo la respiración lenta y profunda, el ardor en sus pulmones. Ese chasquido era tan lejano que podía tocarlo con los ojos y merecía la pena quedarse a esperar la mueca, o el rubor, o simplemente que se mordiera la lengua o el labio. Observaba los dientes, una escalera cromática de sonidos que perfectamente hubieran podido producirse clavados en sus hombros. Pero esa sonrisa, era un destello de frescor, un edén en el que respirar cada una de las fragancias que recorrían los pétalos de los labios. A veces eran rojos, intensos y brillantes. De noche se oscurecían pero brillaban aún más. Otras veces sonrosados, hinchados, secos por el llanto y la sal de la amargura. Aun así, era luz, pura, un faro. Podría ser una distracción. Sorprendentemente fue lo contrario. Descubría que esas pequeñas cosas, atomizadas por sus propios pensamientos eran la verdadera fortaleza de lo que en realidad sentía como propio, como lo que era. Una sonrisa, una caricia, un gemido, un grito, una gota de sangre, una cuerda exprimiendo la carne y el aceite crudo de la piel. No necesitaba todo ello en un mismo lugar ni en una misma persona. No le completaba el todo, le completaba lo único.

Y ella era única, quizá fuera perfecta, seguramente no, pero daba los mismo. Sonreír era más que suficiente. Era como ir apartando con los pies descalzos las piedras del camino, levantando polvo, ensuciándose, respirando gravilla y tosiendo maldades. Y eso le hacía reír. Una luz es más que suficiente para encontrar aquello que te importa. Y la sonrisa, ahora era lo que importaba, aunque fuese de lejos y por eso se lo comunicaba con un agradecimiento silencioso.

 

Wednesday

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