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Se dedicaba a pensar en su ausencia, la física y la mental y era en esos momentos cuando reflexionaba en profundidad sobre lo que estaba descubriendo a su lado.  No tenía dudas, sabía que era él el adecuado, el que emocionalmente estabilizaba sus deseos y juntos habían alcanzado multitud de metas que antes se habían propuesto. Su dureza y la firmeza con la que actuaba mantenían sus pies clavados al suelo de la entrega que con libertad entregó. Sin embargo, en ese camino maravilloso y complejo, se daba cuenta de que sus instintos y sus emociones iban más rápidos que los de él. Que los límites establecidos se habían flexibilizado mucho para ella y la rigidez se había apoderado de los de él. Ella quería más y él no sabía cómo hacerlo. Sin darse cuenta la velocidad con la que ella deseaba aniquilaba las capacidades de él por seguir aprendiendo.

El dolor se había convertido en un acompañante deseado en cada sesión y la tolerancia, crecía, escalaba la montaña del deseo con pasmosa facilidad. Él era incapaz de producir tanto dolor y las dudas comenzaron a hacer mella. Su compromiso hacia ella era firme y seguro pero su incapacidad empezaba a hacerse notoria. Posiblemente pensó que confesar aquello menoscabaría su disposición como dominante, y como amo, no podía permitírselo. Debía darle aquel dolor y aquellas experiencias que ella necesitaba por lo que incluyó a la discordia.

Aquella ama era la viva imagen del dolor y del frío. Mientras ella disponía de su sumisa, él aprendía como hacer aquello a lo que no estaba preparado. Pero no se excitaba por la brutalidad con la que se encargaba de su posesión. Sin embargo ella, se volvía líquida ante aquella violencia sin contención. Después de cada sesión ella le agradecía la complicidad y lo aguerrido de su talante para dejar que aquella  mujer hiciese con su cuerpo lo que quisiera y ella, lo disfrutó como nunca junto a su amo, mientras éste observaba.

Y mientras ella crecía y experimentaba, saboreaba el poder verdadero y amaba cada vez más a aquel hombre capaz de darle todo lo que ella deseaba, él se alejaba por miedo, miedo de darse cuenta de que nunca le haría aquello, de que no sabría hacerlo, de no poder ser tan frío para no estremecerse al ver saltar la sangre de su posesión mientras el suelo se teñía de rojo. Y aunque se sentía feliz de que ella irradiase luz, no la producía él.

Las sesiones cada vez se espaciaban menos en el tiempo y él prácticamente era el intermediario en aquella conexión, hasta que un día dejo de aparecer, inmovilizado por su propio miedo y cobardía, por no saber confiar en aquella que mucho antes le había entregado todo.

El miedo a perder lo que aun no conocemos, es mayor que el miedo a ganar lo que ya conocemos.

 

Wednesday

 

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