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La vida es un fluido de sensaciones, y casi todas salvajes. Era extraño que en aquellos momentos, en la meditación más profunda, su mente se convulsionase de aquella manera. Imaginaba su mente, pausada en el espacio y en el tiempo, observando lo inamovible del ser humano entre el tumulto de su progreso, pero tan solo podía ver la bestia que realmente era. Por mucho que avanzase, por mucho que descubriera la multiplicidad de las cosas hermosas que era capaz de hacer, tan solo veía la sangre y la violencia. Pero tampoco descubría algo novedoso, era la esencia más pura del hombre, la combinación del salvajismo animal con la frialdad de su razón. Por eso el hombre era temible.

Sin embargo, en aquella abstracción mental, configuraba la mente humana, la globalizada, en la que engañábamos o se intentaba al menos, a la parte salvaje, descubriendo un mundo feliz, de sonrisas infinitas, de cordialidad, de apretones de manos y abrazos absolutos, donde se compartían vivencias, momentos, y se hacían de todas ellas, refrigerios permanentes de vida. Ocultábamos una parte tan importante que por desgracia era imposible mantener a buen recaudo. Entonces la razón salvaje hacía acto de presencia, rajando aquel mundo feliz de comentarios, juicios y sentencias, bravuconadas, desplantes y miserias, primero a escondidas y después, cuando envalentonados creíamos estar protegidos, en público, despedazando a aquellos que antes confiaron en nosotros por temor a que sean ellos los que se anticipen.

Inmóvil, atada, con las manos y las palmas boca arriba reposando sobre los muslos, escuchando solo el roce de la cuerda con la piel y el trueno de sus pensamientos, presentía su figura. La sorpresa, el descubrimiento inesperado, era la percepción inversa que tenía sobre él. Nunca ocultó su lado salvaje, el animal que cada uno guarda era el que él paseaba cada día manteniendo a distancia a todos y todas. Poco le importaba lo que hubiese más allá de su círculo, la confianza se granjeaba con la aceptación de lo que era, sin miedo a recibir el mordisco de la furia y de su razón. Era el señor de sí mismo y no pretendía ser más.

Era lo más salvaje de él lo que le hacía mantener su calma exterior, la impaciencia y el nerviosismo desaparecieron para con los demás, y ese calor bestial que desprendía hacia fuera, se lo inculcó en su interior y ahora, ella, disfrutaba de su propio salvajismo. Era tan morboso, saber que el cuello era la pieza más preciada de su bestia, que cada latido y cada impulso que su corazón impulsaba su torrente tan solo con un fin, alimentar y ser alimentada siendo las cuerdas el hilo conductor de  aquel festín.

 

Wednesday

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