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No había ni un solo día en el que no se preguntase si ya estaba preparada, pero esa pregunta se quedaba siempre en su interior. Ella sentía que lo que tanto había buscado, lo que tanto ansiaba, lo encontró en él, en sus órdenes y sus silencios, en su control, en su maniático estilo de vida, la pulcritud frente al desorden que ella llevaba siempre tras de sí. Se sentía equilibrada porque él le daba la pausa necesaria y justa. Pero nunca sintió que le perteneciese. Aquella tarde se encontró en el tocador una botella de cristal, hermosa, tallada, esbelta y aparentemente ligera y abierta. En el exterior una etiqueta manuscrita con la letra de él donde se podía leer, “Algún día”. En el interior, un papel color sepia enrollado, y la botella como si estuviese preparada para ser arrojada al mar.

No dijo nada y así estuvo observando varios días. La curiosidad, la propia de las personas que necesitan saberlo todo, los porqués, las negaciones, todo, empezaba a fraguar un plan para comprobar lo que escondía aquel papel. Aprovechó una ausencia prolongada porque el miedo al fracaso le mantuvo frente a la botella sin hacer absolutamente nada, tan solo mirar. La decisión fue más por la curiosidad, que echó a un lado al miedo, a sabiendas de que si él se enterase, el castigo sería soberbio. Aún así, eso también le excitó. Sacó el papel y lo desenrolló con cuidado. Estaba en blanco. Una parte de ella sintió alivio y otra frustración. Dejó todo como estaba y volvió a sus rutinas. Los días pasaron y ya no hizo más caso a la botella.

Una semana más tarde le observó mirando la botella, con algo de polvo acumulado. La miraba fijamente, impasible. Ella se acercó y se quedó un paso atrás. ¿Sucede algo? intentó disimular cierto nerviosismo. “¿A qué conclusión has llegado después de ver el contenido?” dijo sin dejar de mirar la botella. Intentó contestar con una excusa pero él se dio la vuelta y le clavó la mirada. “No intentes mentir nena. Sé que has mirado el contenido.”

No entendía como lo había averiguado, estaba exactamente igual, no había dejado nada que pudiese hacerle entender que así era. “Si te preguntas como lo sé, tú me has dado la respuesta. Durante días la mirabas, fijamente, de reojo, incluso cuando no estabas en la habitación se notaba que estabas pensando en ella. Desde hace una semana, eso ha desaparecido. Y solo puede significar una cosa, tu curiosidad ha sido satisfecha, pero como lo que has encontrado es nada, no te atreves a preguntar su significado”. Entonces, la curiosidad no me ha traicionado, sino la falta de ella, pensó. Bajó la mirada mientras él sacaba el papel de la botella. Agarró su cuello y tiró de ella hasta la cama, le arrancó la ropa, el sujetador y las bragas. Sacó un mechero y lo prendió bajo el papel que se oscureció dejando vislumbrar unas letras pequeñas también manuscritas. Había utilizado la tinta invisible del zumo de limón, como cuando de críos jugábamos a esconder enigmas. Después arrojó el mechero a un lado y rompió la botella contra la mesa auxiliar junto a la cama.

Le puso la bota en el cuello, presionando ligeramente, le ordenó abrir la boca y le colocó una mordaza de cuero. “Muerde y grita si así lo deseas” le dijo. Volvió a coger el papel, y con la otra mano agarrando la botella comenzó a cortarle en las ingles, escribiendo el mensaje que había manuscrito. Mordió tan fuerte la mordaza que a punto estuvo de partirla. Cuando terminó, le limpió la sangre y le curó los cortes.

“Ahora, cuando te mires al espejo, ya conocerás la respuesta para siempre” le acariciaba el pelo. “Ya tienes el sentido de la etiqueta de la botella” concluyó.

El dolor desapareció y las lágrimas asomaron a sus ojos mientras acariciaba sus ingles con las manos y lo que allí había escrito. “Eres mía” “Soy tuyo”.

Le tiró del pelo hasta ponerla de rodillas y le susurró algo al oído. “Jamás lo volveré a hacer mi señor” le contestó sollozando de alegría y dolor.

 

Wednesday

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