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Le erizaba la piel. El sonido del metal reverberaba una y otra vez en sus recuerdos. Siempre que a él le apetecía dar un paseo con el acero por su piel terminaba con una comezón que le hacía perder completamente la cabeza. A veces, él se deleitaba separando las capas de piel con precisión, solapándolas como si paginase su cuerpo creando una escalera cromática que iba desde lo traslúcido hasta el bermellón más intenso. Otras, tan solo apoyaba el filo perpendicularmente y presionaba ligeramente para que se abriese paso por las capas superiores. En cualquiera de los casos el dolor era casi inapreciable pero los sonidos eran espeluznantes.

Aquel día no pareció como los de siempre. La ausencia del olor a desinfectante que siempre le recordaba a su infancia hacía que la sensación fuese un poco más oscura y pesada. En la mesa había un bisturí y un montón de hojas en blanco así que la expectativa era más que suficiente para necesitar saber más. Ella estaba desnuda y tan solo una bata de seda blanca cubría el cuerpo. Se ajustaba estratégicamente sobre sus pechos, marcando los pezones que empezaban a distinguir hacia dónde iba a encaminarse aquel encuentro. Sintió los pies fríos bajo su culo y las rodillas empezaban a gritar por la postura. Cuando él llegó se sentó en la mesa dejando las hojas y el bisturí a su derecha. Luego sonrió y acarició su rostro apartando con delicadeza el cabello de su cara. Siempre que era delicado al principio sabía que terminaría revolcada en el suelo entre sudor, saliva, flujo y semen. Hoy parecía que también sangre.

Cogió el bisturí y lo observó con detenimiento, girándolo sobre sus dedos para determinar si el filo estaba lo suficientemente afilado. Después, tomó una de las hojas y la cortó de una sola vez. El tajo fue tan limpio que el silbido de la hoja al partirla en dos le erizó la piel, de nuevo. Sin dejar de sonreír, cortó varias hojas en diagonal formando pequeños trozos triangulares casi del mismo tamaño. Luego apartó el bisturí a un lado y se arrodilló delante de ella. Colocó las manos sobre los hombros, introduciéndolas entre la piel fría y la seda y con un movimiento certero deslizó la tela hasta caer sobre las caderas redondeadas. Se quedó observando su mirada y aquella mezcla de oscuridad y frescor dio paso a un escozor insoportable.

Para su sorpresa no utilizó el bisturí como otras veces, ni los cuchillos. Aquella vez fueron las hojas blancas realizando pequeños movimientos los que como afiladas cuchillas cortaron la piel en micro cortes alrededor de sus pezones. Lo hacía tan rápido que no le daba tiempo a gemir entre corte y corte. Los sobresaltos hacían que su cuerpo temblase y sus tetas tuvieran un movimiento pendular. Las gotas de sangre tardaron unos pocos segundos en perlar la piel y cuando eso sucedía cogía una hoja limpia y la pegaba contra la herida incipiente. Luego la dejaba a un lado y seguía cortando, primero por debajo de la areola, luego por encima. Con la otra mano acarició su coño y pudo comprobar que, en cualquier circunstancia, junto a él, siempre estaba mojado. Eso le hizo sonreír más y siguió dando pequeños tajos con las hojas que con anterioridad había cortado.

Cuando terminó, un montón de hojas apiladas la una sobre la otra habían se habían empapado con su sangre. Las extendió en el suelo mientras ella sentía el escozor insoportable de aquellos cortes pequeñísimos. Frente a ella estaban amontonados los pequeños triángulos sin ningún orden pero que a ella se le antojaron perfectos. Algunos, dijo él, piensan en el arte de una manera monolítica. A mí me gusta este arte. Luego se incorporó y la besó profundamente mientras se desnudaba y apretaba su cuello arrastrándola hasta la cama. Fue allí donde terminó revolcada en sudor, saliva, flujo, semen y sangre.

Wednesday

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