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Siguió las instrucciones. El día fue largo y agotador, aún con las molestias y el escozor, llegó a casa y se duchó, se secó el pelo y se hizo una coleta no demasiado apretada que dejó caer sobre su pecho izquierdo. Encendió unas velas y apagó la luz. Desnuda, como le había dicho, se sentó en un taburete colocado en el extremo de la mesa. Espero algo menos de media hora, impaciente, hasta que la puerta sonó. Sintió su olor casi de inmediato, mezclado con aromas de mar y cerró los ojos. Era lo acordado. Cuando llegó a su lado, escuchó el sonido del cristal, y el vino que antes había olido, llenar una copa primero y otra después. Sin embargo, solo una dejó junto a ella, a su derecha.

Otros tintineos, ligeros golpes sobre la mesa, el sonido del cinturón deslizándose por los pasa cintos, los botones liberándose de la presa de los ojales. Sin darse cuenta, apretó las piernas y notó frío. Escuchó el sonido de una silla arrastrándose sobre los protectores de felpa, un siseo que le erizó la piel, y el calor de aquel cuerpo enorme envolviendo su cuerpo cuando se sentó tras ella. Le escuchó dar un sorbo al vino y la voz se convirtió en un bisturí que cortó la espina dorsal cuando se mezcló con las pulsaciones de sus dedos.

“Hoy, tu piel, tu espalda, los hombros, los brazos, tu abdomen, tu pecho, tus piernas, serán el dominio del fude”. El cosquilleo que sintió en los hombros, mezcla de frescor y viscosidad le hizo abrir ligeramente los ojos, viendo ante ella un frasco de cristal con tinta, otro con pinceles que jamás había visto y la copa de vino. Los cerró de inmediato. Te cuesta domesticar a tu curiosidad, gruñó.

El cinturón se deslizó por la cintura desnuda aprisionando los brazos estirados, marcando los omóplatos como si fueran crestas de montañas escarpadas. No los vuelvas a abrir, susurró al oído.

Mientras escribía, leía en voz alta y ella, se mantuvo inmóvil, presa del hechizo de aquella escena.

“Mi nombre es Sylvie y aunque puedas imaginar que la piel sobre la que lees me pertenece, no es así. Cada pliegue, cincelado desde la más suave presión de los dedos, hasta el latigazo más severo recibido ha seguido el misterio cartográfico de un viaje sorprendente. El fuego y el acero, la cera y el cuero han dado nombre a misteriosas imágenes que a la luz del sol, blanquecinas algunas, rosadas otras, llevan a cualquiera de los confines de este pequeño mundo. Su mundo.”

El fude se deslizaba por la piel como un patinador avezado sobre el hielo, haciendo saltar pequeños cristales de emoción.

“Cada trayecto me ha llevado al mismo lugar y sin embargo, al llegar, todo había cambiado, había mejorado, había crecido de la misma manera que el viajero al regresar a casa años después, encuentra su hogar difuminado y engullido por el progreso. Pero yo no, en cada regreso, sobre lo ya construido, había un edificio nuevo, uno que sobrepasaba los límites de aquello que estaba permitido y que los ajenos encontraban imposible. Yo construía cada día con mis manos y mi entrega, desde los cimientos hasta las agujas que rasgaban el mismo cielo.”

Entonces se levantó y apartó la silla. Agárrate, le susurró esta vez. El taburete con ella sentada se deslizó hacia atrás y sus ojos temblaron hasta casi abrirse. Colocó de nuevo la silla frente a ella y continuó hablando mientras sentía el fude explorar las clavículas.

“No se puede cambiar lo que uno es, solo se puede empeorar o mejorar. Las posibilidades de hacerlo solos es reducida, pero el interés de hacerlo así, es lo que me hace superar cada prueba, cada enseñanza, interpretando las reglas y sintiendo como éstas, son tan flexibles como queramos que sean. Otras incluso, se quiebran y eso no siempre es negativo.”

Hubo una pausa y un fude más grueso trazó unas líneas sobre sus pezones que se endurecieron incluso más de lo que ya estaban.

“Sobre este valle se asientan las dos reglas que deseo y que jamás romperé. Soy libre. Soy suya.

Él es Wednesday”.

Abre los ojos, le dijo y ella obedeció estremecida. No esperó su mano golpear la cara haciendo que su labio sangrase. Él cogió otro fude e impregnó el pelo suave con la sangre recorriendo todo el labio y después trazó una X sobre su ombligo. Ella saboreó la sangre y sintió su marca. Miércoles, pensó mientras le soltaba los brazos aprisionados por el cinturón que cayó al suelo y agarraba la copa de vino que antes escuchó llenar pero no pudo ver porque la tenía entre las piernas apretadas.

 

Wednesday

 

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