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No, no lo era. Se hartó de repetir que la seguridad era un aura ficticia con la que nos arropábamos para sentir satisfacción. No era la seguridad lo que le hacía estar ahí. Ahora se daba cuenta. Los botones de la blusa fueron cayendo al suelo y rebotaban en todas las direcciones con un tintineo particular. La piel desnuda del abdomen se contrajo al sentir los dedos corretear por el pubis sin más defensa que el algodón de las bragas.  Allí se quedaron un buen rato pulsando y empapándose hasta los nudillos. No, estaba claro que no era la seguridad lo que le hacía estar allí ni permanecer a su lado durante tanto tiempo.

En aquellas escaramuzas en las que los dedos se adentraban en su coño, la excitación tenía el mismo peso que la calma. Se derrumbaba por dentro y por fuera hacía el esfuerzo de que sus piernas sujetaran el peso de su cuerpo, aunque, ya en aquellos momentos, sabía que podía dejarse llevar y desplomarse. La certeza de que sus brazos amortiguarían la caída era absoluta y eso no era la seguridad. Luego, mientras tocaba allá y acá, cuando separaba los dedos abriendo los labios para que entrase la vorágine y el frescor del exterior, se sumergía en el trance de la pausa y el silencio interior. Por el contrario, los gemidos rebotaban en las paredes y los temblores hacían que la carne se ondulase como el mar justo antes de romper contra las rocas. El pecho se hinchaba y contenía el aire, se mordía el labio e igual que había entrado, salía acompañado de un siseo modelado por la curvatura de la boca mientras ésta intentaba contener el placer.

No era verdad que la entrega se agiganta cuando te dan seguridad. No era verdad, pensaba mientras la electricidad de los cuerpos pasaba de uno a otro y la espina dorsal se estiraba. Ese era su pensamiento desde aquellos inicios torpes cuando sin duda lo que buscaba era perderse y dejarse llevar sin tener en cuenta sus propias ensoñaciones. Ofrecer y dar todo lo que tenía sabiendo que era complicado y solamente se conseguiría cuando la seguridad que le ofrecieran fuera absoluta. Y sin embargo en ningún momento la sintió. A cambio, se fue introduciendo en un silencio nada esquivo, una placentera calma que le fue ofrecida de manera natural. Encontró una ubicación perfecta para su cuerpo y maravillosa para su mente y cuando se dio cuenta de que aquel molde se ajustaba a la perfección a sus deseos, notó que todo lo había fabricado ella. Ante la mirada atenta de él, con su perenne sonrisa y su eterno silencio, sólo encontraba acomodo en sus manos tendidas, en su violencia fascinante y en la mirada inyectada de su propia sangre reflejada.

Estaba ahí no por la seguridad sino porque era su sitio.

Wednesday

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