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Observar, cuando se hace con cautela y sobre todo sin prisa, le reconfortaba y al mismo tiempo le reconciliaba con esa parte tan suya caótica y a veces despreciable. Allí arriba, encaramado en el ala a medio montar, con las piernas colgando mientras las rodillas se balanceaban a ritmo suave, el frescor del hielo derretido de la cerveza aun bien fría, le refrescaba las manos. El sol se ponía, como lo hacía cada tarde, por detrás de la colina, transformando el verdor incandescente en un tapete opaco y esponjoso. A lo lejos, el motor del coche, ronroneaba mientras las ruedas levantaban algo de polvo y mucha agua al pasar veloces sobre los charcos. Cuando paró frente a él pudo ver la sonrisa a través del cristal.

Ni siquiera en aquel lugar podría ir vestida para la ocasión. A los efectos, daba un poco igual. Se apresuró a subirse la falda y a evitar clavar los tacones en el barro. El rojo de los labios ardía y si no la conociese, pensaría que mancharse los zapatos le daba un poco igual. Desde allí arriba le guio con la mano para que caminase por el mejor lugar y así, no embadurnar de barro el calzado. Ella se lo agradeció con otra sonrisa. Cuando estuvo frente a él, cuatro metros por encima de su cabeza, le dejó caer una lata de cerveza. La cogió al vuelo, sin despeinarse. Era lo adecuado. Abrió la lata y la espuma le salpicó un poco en la cara. Maldijo y de lo más profundo salió esa voz masculina que se contraponía a la delicada y esbelta figura. Luego, los improperios y las maldiciones y él se golpeaba los muslos sin parar de reír.

Después de un par de tragos largos, le lanzó la lata y subió por las escaleras de aluminio. Se sentó a su lado y le acarició la nuca. Se estremecieron como lo llevaban haciendo casi treinta años. Se veían de tanto en tanto, pero era como si no pasase el tiempo. Ni las obligaciones podían evitar aquel encuentro. A veces aquí, otras veces allá. Un ritual, una salvaguarda, un momento único donde ambos se refugiaban el uno en el otro de todo lo exterior y se dejaban ir y llevar. Se atormentaban después de incontables horas bebiendo vino y disfrutando de sus risas y de las miradas. Lo que hubiera habido antes era irrelevante y lo que hubiera después, también. Sólo importaba aquello.

Entonces, cuando los recuerdos se hacían de nuevo realidad, cuando el dolor, la pasión, el control y el dominio, cuando los gritos tenían sentido y las marcas que se producían sonaban como el enjambre fabricando la mejor miel, allí arriba, ambos se daban cuenta de que no hacía falta volar si seguían teniendo aquellos instantes.

 

Wednesday

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