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El tiempo te da una perspectiva un poco más amplia de cómo fueron las cosas. A veces errónea porque magnificamos para bien o para mal lo que sucedió. Sin embargo, cuando eres capaz de observar el desarrollo personal y emocional de otros, te das cuenta de donde fallas, lo que anhelas y lo que necesitas. Sin embargo a ellos, observándoles desde la distancia, de la misma manera que ves a los niños jugar en el parque sentado al otro lado de la diminuta barandilla, era imposible no captar cada cambio y necesidad, cada emoción y cada gesto. Íntimos, cercanos, se encontraron como se encuentran un cometa luminoso y agresivo, con su larga cola iluminando millones de kilómetros y un planeta tranquilo, pacífico, de superficie poco accidentada pero interior en constante cambio y ebullición. Cualquiera diría que solo habría destrucción, que la hubo. Sin embargo, aquel cataclismo emocional creó algo de una belleza inigualable.

Ella apareció, fue un instante de pelo sobre la nuca blanquecina, mirada esquiva y voz baja, piernas cerradas y manos sobre su entrepierna. Era tan juvenil que asustaba. Él, bravucón, borracho, descarriado, perdido en su mundo caóticamente ordenado, sin palabras y a veces arrogante. Fue la primera vez que no asaltó ni provocó con cierta pose altiva. Se paró, miró, se apartó y con voz sorprendentemente calmada dejó que la mujer entrase. La dejó a su espalda mientras se colocaba el pelo y se giraba con cara de extrañeza. Esa fue la primera vez que se cruzaron, jugando con la gravedad emocional a tocarse sin hacerlo para salir despedidos hacia lugares encontrados.

La segunda vez no fue diferente, en el mismo lugar, sólo que esta vez él se cortó media mano con un filo metálico mientras colocaba un bulto en su moto. La sangre saltaba de la mano al suelo, chapoteando entre el calor del asfalto y la grasa y el combustible de innumerables vehículos antes aparcados en el mismo lugar. Ella se acercó, agarró su mano sin preguntar, sin mirarle, ni hablarle. Presionó en la muñeca y luego se quitó el pañuelo que llevaba anudado en el cuello. Lo dobló con una mano, con celeridad y eficacia para ponerlo sobre el corte y presionando la herida. Él no dijo nada, ella tampoco. Ninguno rompió el silencio. Ella por vergüenza, él… Él no sabía por qué.

 

Wednesday

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