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La vibración había terminado y el dolor había hecho sucumbir cualquier estado de ánimo del que la fiebre se había apoderado. Enajenada entre el vapor de la piel ardiendo, se dejó llevar en volandas y sin fuerzas tan solo arropada por la fuerza bruta convertida en delicadeza. En su cabeza, la mezcla del dolor y del placer, del ardor de la piel deshaciéndose por fuera, de la carne por dentro y los gritos que las terminaciones nerviosas repetían al unísono y sin compasión.Todo se mezclaba en un batiburrillo de desenfreno apoteósico. El tiempo se había distorsionado, retorcido hasta tal punto que el ayer se podría intercambiar con el mañana y éste, con el hoy. Para ella en aquellos instantes daba lo mismo. Veía el fuego en sus ojos y la caricia en el hierro, la lengua en su coño y los golpes en el estómago. La arcada le sobrevino y vomitó sobre el pecho que la protegía y los brazos que la torturaron.
Cuando despertó, las punzadas de dolor resonaban al ritmo de los latidos. El agua fría que recorría la frente provenía de un trapo que calmaba el febril estado y refrescaba de alguna manera sus pensamientos. Se había hecho de noche y notaba la contracción de los músculos evitando con ello sentir un dolor adicional que ya era insoportable. Se dio cuenta de que se había desmayado y aún permanecía el olor ocre del vómito en el ambiente. Él sin embargo, se mantenía en el mismo lugar, tarareando en voz baja, casi en susurros, canciones que ambos disfrutaron en el pasado mientras le acariciaba el pelo que descansaba sobre su cara. Miraba al techo, roto como las ventanas y por las que se filtraban los titilantes destellos de las estrellas. Más fuego, pensó, y un escalofrío le recorrió la espalda. De reojo se miró el costado. Tapado con una gasa ocultaba la marca aún incandescente que latía desde la superficie hasta el interior de los huesos. Cerró los ojos intentando huir lo más rápido posible de aquel dolor insoportable.
El aire silbaba alegre y la vida de aquel bosque empezó a llenarse del color del amanecer. El dolor persistía, pero se había vuelto soportable. Él había estado hurgando en la marca, cambiando el vendaje, soplando y refrescando la piel maltrecha, descubriendo cómo algunas cicatrices son recuerdos indelebles no solo en la carne, también la en memoria. Aquel dolor se iba disipando y él seguía en la misma posición, tarareando sin descanso y meciendo el cuerpo que sostenía sobre sus brazos. A veces sonreía cuando ella le miraba con los ojos vidriosos que empezaron a refulgir con los rayos del sol de la mañana. Aquel viaje era una vida, emoción, sorpresa, placer, dolor, sufrimiento, cuidado, calma. Todo aquello lo había condensado en un solo instante, un instante que había conseguido llegar a un cruce de dos caminos, de dos vías para hacerse sólo una. Aquel fue su viaje y en la piel había quedado marcado.

Dejó de tararear para cantar:

Fire
Smoke, she is a rising fire, yeah
Smoke on the horizon, well
Fire
Smoke, she is a rising fire
Oh, smokestack lightning
Smokestack lightning

Aquella era su vida, sin duda.

Wednesday

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