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La adicción a un beso, a un sabor, puede apaciguar los deseos más bestiales. Quizá solo necesitaba a la bella para que su bestia descansase. Seguramente pensó, que aquel instante se diluiría como el azúcar en el agua para después regresar a la senda de las bestias, al roce de las cuerdas en las palmas de sus manos y el sabor de la sangre en sus labios. Pero incluso con el nivel de control tan elevado, aquella saliva goteando entre los jugosos labios, pulsaba en su sien un deseo que empezaba a descontrolarse por completo.

Era porcelana, y sus infames pensamientos la romperían en cientos de pedazos que sería imposible recomponer. Pensaba en Nabokov, en aquella imagen angelical y diabólica que imagino para destruir una mente ordenada. Porcelana verdaderamente ingenua, porcelana perfecta que deseaba proteger a toda costa. Era inquietante pensar en el descontrol que se cernía sobre su respiración y sin embargo, sonreía al vislumbrar en el futuro como aquella porcelana podría ser suya sin sufrir ningún daño, construyendo un nuevo camino porque no existía otra manera de llegar allí.

A su lado distinguía las pulsaciones que ella sentía ante sus roces, acercándola un poco más cada vez, disfrutando de una confianza que se acrecentaba y que para ella era vertiginoso precipicio por el que caminaba. Para él, al contrario, era una travesía lenta, casi sin fin, por lo que decidió cambiar la estrategia y mirar un poco más cerca, cerrando los ojos por vez primera. Atrapaba entre sus manos la piel erizada, los finos huesos, anudaba los dedos en su largo cabello, cerrándolos tan despacio que entre sus bocas se desbordaba Iguazú. Entonces  tiraba y tiraba, forzando ligeramente porque ella no pensaba, en trance, lamía la dureza de clavar las rodillas en el suelo. Un instante solo, suficiente para hacer algo que posiblemente detestaba y que aun así, hizo.

No podía pensar se decía, si lo hace huirá, buscará otras cosas, otro bosque, un lobo menos lobo. Ese pensamiento le hizo sonreír porque sabía que cualquier otro sería insuficiente una vez que su corazón ardiese por completo, que las cuerdas formasen parte de su vestidor y sus ojos hermosos y brillantes solo buscasen el abrigo de la oscuridad que él le daba.

Cada uno a su manera estaba cambiando, dejando de lado parte de lo que eran para quizá, como un deseo, recuperarlo en el momento en el que el hambre hiciera que se devorasen y ahora, dudaba ya de quién estaría más hambriento.

 

Wednesday

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