https://unoesloquemuestra.com
Seleccionar página

A horcajadas, con la anilla separando los labios para evitar una mordedura involuntaria, aguantaba estoicamente como la polla atravesaba y golpeaba una y otra vez la garganta. De vez en cuando, sentía la mano poderosa agarrando su nuca e inmovilizando cualquier movimiento que quisiera hacer para apartarse, apretando contra el abdomen su nariz, que se resbalaba con el sudor que le goteaba del pecho. El sabor salado le excitaba, como saber que era el sudor de un esfuerzo producido por ella.

Los tirones del pelo permitían que doblase el cuello hacia atrás y la polla atravesase sin problemas la garganta ya dolorida, pero eso, a él le importaba bien poco. Los jadeos se mezclaban con los gruñidos y ella, inmovilizada, poco podía hacer. Por un lado, agarrada del pelo, por el otro, su cuello bien sujeto por un collar metálico que se clavaba con precisión en su piel. Sentía como él parecía que perdía el control de sus movimientos cuando éstos se convertían en espasmos imprecisos y sincopados, pero nada más lejos de la realidad. Tiraba en direcciones contrarias, hacia arriba de la correa y hacia abajo del pelo creando una tensión que su cuerpo inevitablemente sentía en cada una de sus terminaciones nerviosas.

A veces salía de su boca y miraba, como el que mira a un cachorro abandonado para luego abofetearla sin compasión, clavándole en las encías el aro de cuero que especialmente hizo para ella. Ella recibía estoicamente la lluvia de bofetadas, que sonaban como truenos dentro de su cabeza y le sumergían en un tornado de depravación constante. Si hubiese podido hablar le hubiese pedido que no parase y satisficiese esa creciente ira que sus palmas desbordaban en sus mejillas. Pero solo podía esperar que con la mirada entendiese sus deseos. No sabía si lo conseguía, pero él no dejaba de hacerlo. Cuando se cansó, le soltó el pelo y tiró tan fuerte de la correa que pensó le partiría el cuello. Tiró su cuerpo contra el suelo, le quitó la anilla de la boca y le ordenó que besase y lamiese sus botas polvorientas. No dudó, eso casi hizo que se corriese, era un premio, un trofeo que se había ganado con el sudor y la sangre de su piel amoratada. Luego le ordenó que con los dientes le desatase los cordones y así lo hizo. Él se descalzó, y dejó las botas a los pies de la cama, en el mismo centro, como hacía cada día y como hizo desde que lograba recordar. Eso fue una de las cosas que más le llamó la atención desde el primer día que él le permitió estar arrodillada a sus pies.

Sin darse cuenta estaba a cuatro patas con uno de sus pies intentando taladrar su coño empapado. El orgasmo fue tan repentino como inesperado. Eso le cabreó y de un puntapié hizo que se pusiese boca arriba con las manos aún atadas en la espalda. Le pisó el cuello, clavándole aún mas el collar que empezaba a perforar ligeramente su piel. La mirada de furia acojonaba. Pronto aprendió que sin palabras podía dar bastante miedo, pero sólo cuando ella hacía las cosas de manera incorrecta. Después aflojó un poco la presión pero lo cambió por la que ejercía su rodilla, apoyada directamente en la carótida, y soportando el enorme peso de su corpulento cuerpo. Creyó que se quedaba sin aire y en realidad así era.

Cuatro dedos se abrieron paso en su coño sin avisar y ella arqueó la espalda intentando aguantar esa mezcla de placer y dolor que siempre precedía sus orgasmos. Él miraba fijamente, esperando alguna palabra suya que sabía era mejor guardar. El orgasmo estaba en el umbral de su coño, llamando sin descanso, aporreando su clítoris como el puto martillo de Thor, pero no hizo nada, esperó, esperó mientras el movía cada vez más rápido, mas fuerte y más intensamente los dedos, amasando sus entrañas, buscando la mena de ese oro líquido para extraerlo por completo.

Dámelo ahora, le dijo diez minutos después. La voz fue el detonador de la explosión más salvaje que jamás sintió, con la espalda arqueada pensando que la columna se le partiría mientras la rodilla clavaba su cuello al suelo. Después, cayó como un fardo o como un sparring cincuenta kilos más ligero que su contrincante y rebotó una y otra vez en el interior de su coño.

Limpia todo este desastre y ponme una copa, le dijo mientras se alejaba sudoroso y empalmado. Ella soñó con poder beberle mientras el se refrescaba.

Ponme una copa, pensó y así lo hizo.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies