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Los precipicios están ahí para que decidas algún día saltarlos, le dijo. Los precipicios están ahí para evitar caer y perder todo lo que que conseguiste con esfuerzo, contestó ella. No hay nada interesante que puedas conseguir sin el riesgo de destruir aquello por lo que has luchado, terminó aseverando.

El silencio era tan embriagador como el aroma del alcohol y la conversación. Aquellos silencios en los que él aparentaba seguridad y ella buscaba con ahinco las llaves para poder abrir otra puerta por la que escabullirse hacia su interior. Y cada vez estaba más cerca de lograrlo. Desde su posición. él entornaba la mirada y ella se percataba colándose de manera furtiva pensando que él no se daba cuenta de sus movimientos. Una trampa pensó después. Un juego habilidoso donde ambos, sin necesidad de mentir se iban engañando para conseguir sus propósitos. Ella no pensaba que fuese buen dominante, no tenía ese savoir faire del que ellos siempre presumían, sin embargo se preguntó porqué estaba ahí si así lo creía. La seguridad que ella poseía y no tenía que demostrar se sentía incómoda y no sabía el motivo, tan solo se daba cuenta que al comienzo de aquella charla informal estaba subida en una escalera y poco a poco había ido bajando los peldaños sin apenas darse cuenta.

Pero el entretenimiento continuaba y los dos jugaban sus bazas como sabían y el otro les permitía. No necesitaban esquivarse bajo ningún artificio porque para ella, él era claro, sorprendentemente claro y para él, ella era sumamente arriesgada. En ambos casos, la curiosidad tenía un elevado valor en el juego y antes o después uno de los dos cometería algún error.

Esto de la dominación no es un baluarte para disponer acertijos mediante artefactos o juguetes. Son divertidos, necesarios bastantes veces. Los accesorios son complementos que dependiendo de quién los lleve y como los use, adornan de manera exquisita o te convierten en un macarra del tente tieso. Sorbo delicado pensó ella abrumada un poco por el farfulleo. Parecía que lo tenía aprendido, y aparentemente lo soltaba de carrerilla, pero algo le decía que no.

Vosotros os pensáis que la sumisión es algo que otorgáis verbigracia de vuestra posición, pero como todo, se debe ganar. La posesión se debe conquistar, a veces con lo que se tiene, otras con la violencia, quizá con la palabra como intentas, pero sin estrategia, nunca poseerás, nunca ganarás. Así pues, por mucho que hables, sigues estando ahí y no demuestras absolutamente nada. La cursilería quedaba graciosa en sus labios, pensó él.

Ciertamente es habilidosa esa manera de intentar hacerme ver mi equivocación, o mejor dicho mi punto de vista particular sobre este asunto. Pero la estrategia no tiene sentido si no hay al menos un mínimo resquicio de poder conseguir aquello que se desea. La idea de ir a tumba abierta contra un muro de hormigón, desnudo y sin frenos, por muy seguro que esté de que lo voy a atravesar, no dice absolutamente nada. Terminaría siendo una masa sanguinolenta esparcida por el suelo.

Y aún así, teniendo ese pequeño hueco por el que colarte, perderías porque desde el otro lado siempre estaría vigilado. Sé que lo intentas, quizá podrías con un poco de suerte hacerme ver lo contrario, pero me temo que no lo vas a conseguir. Ella se sintió triunfadora, segura de que sus palabras habían finiquitado aquella discusión.

Entonces sonrió, tan tranquilo como divertido y ella sintió que se había perdido algo aunque le desconcertaba no saber el qué, de nuevo, volvía a no saber y eso empezó a enfurecerla.

Los conquistados son los primeros que niegan toda posibilidad. Los conquistados son siempre los que asumen que jamás podrán derribar sus muros porque los conocen, los han levantado ellos y por tanto se manifiestan en esa falsa seguridad que da la autocomplacencia. Sin embargo, los conquistados jamás se dan cuenta de que la daga les ha atravesado el corazón, hasta que ven brotar la sangre y escurrirse entre sus dedos. Yo no necesito demostrar nada, no necesito hacer ver mi valía porque yo sé lo que soy y de momento, tú eres la que duda. Sino fuese así, no estarías frente a mí, rabiosa sin saber porqué.
Él espero la furia, era lo lógico, quizá que se levantase y le escupiese algún insulto que seguramente merecía. Pero no fue así. Poco a poco el silencio fue cambiando el semblante, de la ira y la furia a una mirada pensativa y finalmente a una sonrisa.

Se tocó el pecho unos instantes. Como ves, no estoy sangrando. Cuida de tus frenos, quizá algún día los necesites. Ambos rieron y terminaron sus bebidas. Aquella noche no necesitaron nada más que su imaginación para entender que cuando él ataba las manos y los tobillos, había encontrado a su némesis y él, el barro con el que forjar los nudos que atarían su piel al futuro.

 

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