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La necesidad se mide por los estímulos. Apenas había olvidado lo que significaba la presencia o el olor, las risas o sus manos apretando el cuello cuando se dio cuenta de lo que echaba en falta de todo aquello. Nada hacía que se revolviesen sus tripas y nada conseguía que se encendiese de nuevo su deseo. Había amortizado con creces el tiempo de separación y de abandono en las mil una vez que sus dedos habían intentado construir una versión de aquello que le extasiaba. Todo en vano. Nada era igual y nada volvería a ser lo mismo.

Entonces se dio cuenta del error. Volvía una y otra vez al mismo punto de partida, a los mismos roces, el mismo dolor y la misma sangre que una vez fueron inspiración pero que hoy, era absolutamente inservible. Pensaba en como volvía a recorrer los mismos pasos, los mismos lugares, saboreando los mismos cafés que se mezclaban con los besos y los mordiscos. La satisfacción, la paz y la violencia no estaban ahí. Eran estímulos antiguos, reminiscencias de poderosas impresiones que ya nada podían cambiar y que aun queriendo con todas sus fuerzas rememorarlos una y otra vez, le hacían sentir como una yonki exigiendo una dosis cada vez mayor y más intensa.

Pero los estímulos no estaban ahí, había dejado de explorar la vida para centrarse en la muerte sensorial y se estaba dejando llevar por unos recuerdos alquitranados que le impedían respirar la limpieza de su propia necesidad. A veces, había leído, necesitas a otros para poder salir de los agujeros en los que uno mismo se introduce y se acurruca esperando que todo pase, incluso la muerte en vida. Nunca lo creyó, nunca pensó que alguien diferente pudiera extender la mano y antes de la bofetada sentir el calor que le permitiera salir de aquel pozo de un simple salto. Aquel no le apretó la mano para ayudar que saliera, le presionó cada músculo del cuello y extrajo su cuerpo y su mente del cenagoso pantano en el que se había convertido su vida.

Lo siguiente solo fue la vorágine de placer y descontrol de unas nuevas manos que, igual que la sostenían, la soltaban hacia un abismo de perversión inimaginable. Luego el rescate de nuevo volvía a ponerla en su sitio y por fin, de nuevo, sentía que tenía un lugar en el mundo. En su mundo, se dijo sonriendo. Ahora, los cafés sabían a vida y el aliento le erizaba la nuca. Se sentía gata y puta como siempre deseó y como siempre quiso ser.

Se quitó las bragas, las guardó en el bolso y salió de casa sonriendo porque había encontrado por fin el punto de fuga que le llevaba al infinito.

Wednesday

 

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