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Cada vez que tensaba y luego comprobaba que los dedos pasaban con seguridad entre la piel y la cuerda, sentía un latigazo que le atravesaba el costado y reposaba en su coño. Hacía ya mucho tiempo que se abandonaba a esa suerte enfermiza de no saber lo que iba a suceder, pero teniendo claro que, fuera lo que fuese, iba a desembocar en la ruptura de esa última pared que siempre se le atravesaba. Cerraba los ojos y se centraba en la respiración, en el paso de los dedos acompañando al cáñamo, al siseo que se producía cuando se deslizaba entre las manos. En los golpes secos que la cuerda producía al caer al suelo para luego ser recuperada. Al olor de todo lo que rodeaba su cuerpo. Hoy sin embargo algo diferente estaba sucediendo.

La presión de las cuerdas rodeando sus pechos se había intensificado. Abrió los ojos y lo primero que vio fue la mirada penetrante tan cerca como nunca antes la había percibido. Sin dejar de mirar él movía las manos con destreza, acariciando inevitablemente su la piel y los pezones que empezaban a endurecerse no sólo por el roce, también por las expectativas. La tensión y los tirones le hicieron ponerse de puntillas y levantar la barbilla. Las cuerdas empezaron a constreñir los pechos. La presión que ejercía devoraba al principio la sensibilidad. Al cabo de un tiempo se desbordó en una explosión de sensaciones. Cuando él terminó dio un paso atrás como siempre hacía. Ladeaba la cabeza observando el trabajo, hacía alguna mueca por algo que no le gustaba lo suficiente y se acercaba de nuevo a su cuerpo para corregirlo. Volvía a separarse y se acariciaba la barba. Entre los dedos podía verle la sonrisa, entonces sabía que estaba todo terminado pero esta vez, medio suspendida, soportada casi exclusivamente por la punta de sus pies y las cuerdas que sobrevolaban su cabeza, hizo algo diferente.

Se frotó las manos y apretó las cuerdas cada vez más fuerte alrededor de sus pechos. El siseo se llevaba un poco de piel que flotaba en el aire y en el contraluz hacía giros antes de precipitarse al suelo lentamente. La presión comenzó a ser tan fuerte que sintió como los pezones querían escapar de la tortura. La piel pálida comenzó a amoratarse y la tensión se hizo tan poderosa que la estiraba como la piel de un viejo tambor. Entonces, le ofreció las palmas de las manos para que las lamiera y no permitió que parase hasta que estuvieron empapadas de su saliva. Luego bajó las manos hasta sus tetas y con ellas mojadas empezó a acariciar sus pezones tan despacio como las maldiciones que ella profirió para que lo hiciese más rápido y fuerte. Él sonrió entonces y siguió con el juego. Las sensaciones multiplicadas eran ya incontrolables. Los círculos que dibujaba sobre los pezones eran espirales perfectas que desembocaban en locura. Se separó de nuevo y vio los pechos amoratados y sensibles, la mirada de desesperación y con los pulgares, presionó los pezones hacia adentro, clavándolos hasta casi tocar las costillas. El orgasmo incontrolado le hizo tambalearse, pero él con una mano sujetó su cuerpo para que el balanceo fuese natural. Con la otra mano recogió su flujo que ya corría muslos abajo hasta sus pies y se frotó los dedos con cara de satisfacción.

Cuando ella abrió los ojos instantes después, vio que en sus manos llevaba un cuchillo y una pequeña y flexible vara de bambú. Luego el gruñido le condujo a un nuevo orgasmo.

Wednesday

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