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¿Qué se cuenta en el silencio? Era posible un reencuentro inesperado, pero ninguna estaba preparada para ello. Allí estaban las dos dando vueltas al té rojo una y al café la otra. No se miraban, pero la incomodidad no se debía al silencio. El tintineo de las cucharas al golpear las tazas era todo lo que escuchaban y el rumor de las conversaciones que rodeaban sus pensamientos habían sido silenciadas por una situación que les había pillado por sorpresa. En la esquina no supieron reaccionar y cada una de ellas tuvo el fugaz pensamiento de continuar su camino como si aquello no hubiera sucedido. Tras los segundos de desconcierto reaccionaron como él hubiese deseado. Sin hablar, se abrazaron. Seguramente porque era la única manera de volver a sentir el contacto de un pasado que nunca habían podido olvidar.

El primer sorbo de té evidenció que siempre habían sido muy diferentes. No tenían gustos similares, eran como la noche y el día. Lo supieron y lo callaron desde el primer momento, seguramente por prudencia, por no importunar y sobre todo, porque quizá había algún plan que a ellas se les escapaba y que en algún momento él compartiría. Y, aun así, fueron años maravillosos, con una complicidad y una pasión abrumadora. Consiguieron durante ese tiempo que ahora se les antojaba breve a las dos, ser lo que siempre habían deseado y estar en el lugar adecuado. Aquello sólo fue posible porque había una fuerza unificadora que, a su manera, moldeaba cada segundo de su vida. Era todo tan fácil y fluía como el agua por los rientes, sin demasiada dificultad y cuando aparecía un obstáculo, fuese el que fuese, aquella fuerza desviaba el cauce y todo volvía a la normalidad.

No necesitaban demostrar que eran fuertes, en su momento se dieron cuenta de que lo eran. Todo el mundo busca su sitio, aquello que le fije y le enseñe que la vida es brutal y despiadada pero también emotiva y vibrante. Todos lo buscan, algunos lo atisban y unos pocos son capaces de vivirlo. Todo aquello es efímero porque nunca sabes lo que va a durar y sólo puedes hacer dos cosas: temer constantemente por la pérdida o simplemente vivirlo. Aquello fue difícil de digerir. Frente a frente, por fin se miraron a los ojos. Entonces los recuerdos lo arrollaron todo y se vieron por un instante como cuando él extendía la mano, o sonreía o se partía de risa de manera descontrolada y ellas se sentían bien. Cuando se besaban y notaban la calidez de sus pieles para luego notar la aspereza de las manos agarrando sus nucas. Cuando escuchaban su voz, sus órdenes, sus gruñidos y sus jadeos. Las cuerdas amarrando e inmovilizando todo el puto mundo y sus ojos… la única oscuridad en la que estaban a salvo.

– Sylvie, le echo de menos.
– Yo también Meiko, yo también.

No había nada como romper el hielo sabiendo que él estaría sonriendo.

Wednesday

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