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Observaba sus pezones, duros, capaces de cortar el aire, atrapando el viento del norte y creando una bruma que bajaba por su vientre. Pero él, giraba las baquetas entre sus dedos, mirando aquellos pechos e imaginando un crash y un ride, oteando de reojo su coño como si fuese un hi-hat y el culo un doble bombo en el que los pies hacían de pedales para dar desenfreno a su perversión. Los pendientes los splash y su abdomen, la caja que soporta cada una de las embestidas. Y los pechos se convirtieron en las campanas del ride, bronce y laton mientras repiqueteaba despacio sobre ellos. Acertando en los pezones que se hundían en la tierna esfera y resurgían en un salto delicioso y melódico. La síncopa de los gemidos que rompían la armonía de la percusión terminaba en una onda magnética que atraía sus caderas uniéndose en algo frenético.

Surfeaba sobre la piel mientras el jazz percutía en los pezones. Se perdía en cada golpe, una locura se decía una y otra vez, pero cuando el cuerpo se retorcía, cuando los dientes se clavaban en los labios, cuando el gemido se convertía en grito y las grietas dejaban asomar la sangre como la lava en los albores de una erupción, el clímax se escribía sólo en aquella partitura sin sentido.

Cabalga nena, cabalga, le decía, cuando comenzó a baquetear en sus muñecas haciendo saltar los resortes nerviosos de los dedos, como pequeños saltamontes intentando escapar del niño cazador. Cabalga nena, cabalga, le decía cuando le quitó la respiración previa al orgasmo del dolor y comenzó a lamer los pezones maltrechos, absorbiendo los gritos y la sangre.

Cabalga nena, cabalga, el horizonte no es el final.

Wednesday

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