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Tenía predilección por sus dientes, por aquella sonrisa brutal que se transformaba en las fauces salvajes y hambrientas del que lo ha perdido todo y cada día consumía lo que le quedaba de vida. A veces se sentía como un indefenso animal absolutamente perdido, sabiendo que sería devorada en un par de dentelladas y que la escapatoria era impensable. Entonces, volvía a sorprenderse como si fuera la primera vez, cuando le escuchaba hablar en su idioma y eso le provocaba una carcajada espontánea primero, ternura después y al final, la tensión de los músculos sintiendo como la piel se rompía por los dientes abriéndose paso hacia la carne. Antes de ese bocado, las palabras se deslizaban con el aliento caliente esquivando el vello erizado en un infructuoso intento de anestesiar la zona. Sakuranbo.

En los paseos, mientras él daba largas zancadas, ella hacía esfuerzos superlativos para mantener el ritmo. Hacía que sudase sin compasión mientras le escuchaba en una mezcla inconexa de idiomas. Se fijaba en las fluctuaciones de la voz, los giros y las pausas, las muecas cuando quería incidir en algo gracioso pero que a ella se le escapaba por completo. De vez en cuando, ella preguntaba porque no había entendido lo que quería decir y él se giraba, y con una sonrisa de medio lado, alargaba su brazo hasta acariciar el pelo perfectamente cortado. Lo repetía de la misma manera y le decía: No sólo vas a poder reírte tú cuando hablo en tu idioma. También me gusta ver tu cara cuando te hablo en el mío. Se daba la vuelta y continuaba la marcha. Era verdad, aunque él no tenía idea, o al menos eso quería pensar, de que entendía perfectamente lo que decía. Allí disfrutaba de su pose de machito cuando le explicaba con detalle lo que ya sabía de antemano. Se preguntaba si estaba mal engañarle de esa manera, pero conociéndole lo más probable es que se riese del engaño y terminase quedando como una estúpida.

Nunca imagino que aquella tranquilidad era la mezcla de dos personalidades atormentadas, dos huracanes que se encontraron en mitad del olvido y que cuando, desde fuera se pensase que la destrucción iba a ser catastrófica, lo que supuso fue un remanso de paz inimaginable. Era muy posible que el exterior siguiera repleto de truenos y rayos, de vientos incansables que arrasaban con todo. Pero juntos crearon un hermoso núcleo en el que la violencia solo provenía de unas manos, que el deseo era una mezcla de pieles, donde la sangre fluía hacia la tierra cuando ella era suspendida de las ramas, amordazada por la vida y cortada por el acero. En esos momentos de compañía no necesitaba más y temía siempre cuando el abandonaba aquel lugar porque ella era invadida por la negrura de la tormenta interior.

La bofetada hizo que volviera a la realidad. Sonrió de manera forzada y exhaló el aire que retenía en los pulmones. Antes de que terminase, sintió la presión en el cuello, los dedos clavándose en la carótida y los labios secándose mientras se amorataban. Entonces, él pasó suavemente la lengua por ellos y los mordió, de la misma manera que se muerde una cereza fresca. El jugo se sustituyó por la sangre y el color rojo supo a fruta. Su sangre contaminada se veía hermosa goteando de su barba y aún más cuando los dientes blancos se tiznaban de ella. Ya no había palabras en aquellos momentos porque de dos bocados iba a ser devorada y ese placer nadie nunca se lo podría arrebatar.

Wednesday

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