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El corazón, inmisericorde con la sangre, retumbaba dentro de su pecho, vibrando en los huesos y tensando los músculos. El sudor hacía tiempo había cubierto la piel, brillando ante la luz del miedo de sus ojos. Ese miedo que hacía que la espalda se erizase y le hiciese alzar los pies hasta ponerse de puntillas. Daba vueltas, olisqueando debajo de su pelo, mezclando la fragancia de su deseo con el del temor. Ella se movía poco, maniatada por encima de la cabeza mientras los pies, separados por una barra, mantenían el cuerpo erguido sobre los pequeños dedos. Intentaba juntar las rodillas, pero era imposible. El Hitachi hacía bien su trabajo, trasladando las oleadas de placer a los músculos de todo el cuerpo que entre espasmos, convertían los temblores en gemidos y éstos, de vuelta a los temblores, una y otra vez.

Lamía las puntas del pelo haciendo que este se pegase momentáneamente a la piel, mientras saboreaba la sal de la vida, recorriendo los pliegues con la punta y enseñando los dientes mientras gruñía. Clavaba los dedos como si fueran garras afiladas en la carne. Los acomodaba en las caderas, jugosas protuberancias en las que era fácil balancearse hasta terminar sobre ellas. Sin embargo, continuaba deambulando con su saliva mientras bajaba y subía por las piernas, notando en los labios la vibración que la carne le transmitía. El fuego se acomodó en su mirada cuando se alzó y clavó los ojos en los de ella. Después miró sus pezones, duros y temblorosos y los acarició saltándose cualquier imaginación convencional. Luego, descargó con furia una oleada de golpes sin dejar de mirar aquellos ojos rendidos y como con cada uno de ellos, ella se mordía los labios hasta hacerse sangre.

Después, aumentó la velocidad de la vibración hasta hacerla imposible y apretó la mano contra el aparato que a su vez se incrustó en el pubis. Colocó la polla sobre el vibrador y el abdomen que la sintió caliente y dura. Con las manos agarró la cintura y la pegó contra sí. No dejaba de mirar, juntando nariz con nariz mientras ella observaba los dientes apretados imaginando como masticaba su carne y sus emociones y los gruñidos cada vez más guturales envolvían su cuerpo perdido ya en el calor de orgasmo. Tembló ella y tembló él.

Sintió el semen caliente y espeso saltar sobre su piel, algo improvisado pero esperado mientras ella se deshacía por dentro y mojaba las botas que luego tendría que limpiar con la lengua y los labios mientras, abrazaba los tobillos como muestra de respeto y felicidad.

Sintió como el reguero cálido de la vida descendía hasta su coño y se corrió. En ese instante los dientes se clavaron en sus labios donde hasta ese momento ella solo había probado la sangre.

 

Wednesday

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