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Cuando la piel crepita entre el dolor y el placer, cuando se hacen vacíos silenciosos donde un quejido se vuelve armónico y un gemido tras otro componen un canon que batallan por llegar al climax, entonces es cuando las espaldas se arquean y los músculos se tensan como las cuerdas de niquel en pleno solo. El cinturón hace las veces de dedos vertiginosos que recorren los mástiles de sus espaldas, pulsando armónicos, haciendo bendings en las costillas, fusilando modos griegos y pentatónicas para ejecutar a la perfección un blues donde el resultado final son unas sábanas mojadas de flujo y unos dientes clavados en los labios que abren el goteo de la sangre salada, metálica y suntuosa.

Sylvie y Meiko se besaban, mezclado su saliva y la sangre que manaba de sus labios cada vez que el cinturón desgastaba su culo y magullaba con intensidad las heridas ya producidas. Miles dejó paso Thelonius y el cuero terminó atando los brazos de las mujeres, ahora inseparables y expuestas en la vorágine de su deseo incontrolado. Los vaqueros de él hacía rato que estaban en el suelo inmóviles, cuando ensartó a Meiko mientras agarraba su nuca con tal fuerza que estampó su cara contra las sábanas. Cortó su respiración y empezó a apretar el cuello con frenesí. Mientras, Sylvie mirándole, no esperaba el dolor intenso que le proporcionó la fusta golpeando su culo dolorido y ya casi púrpura. Con el pie la empujó hasta darle la vuelta.

Meiko, indefensa, sentía como su coño era horadado una y otra vez, sin piedad ni descanso. Sylvie abrió las piernas y la fusta empezó a maltratar el hinchado clítoris. Cada golpe era un tormento que solo mojaba más su coño. Esas descargas eléctricas le paralizaban los brazos y luchaba por no cerrar las piernas. Sabía que si lo hacía, sería peor. A Meiko, la presión en el cuello le impedía respirar bien, a cambio, las oleadas de placer que recorrían su coño, eran como estar en mitad de un descenso de aguas bravas. La falta de oxígeno y de riego sanguíneo solo le producía un placer eterno. Se corría una y otra vez, apretando en su vagina la polla que practicamente sentía fusionada a ella. De vez en cuando una bofetada y menos presión en el cuello le hacían volver a la realidad del dolor aunque pronto, se precipitaba de nuevo a la fosa del placer.

Sylvie sintió como tiraban de su pelo, arrastrando su cuerpo hasta que se sentó a horcajadas sobre la cara de Meiko. Él soltó la fusta y pellizcó tan fuerte sus pezones, que un grito desgarrador se mezcló con otro intenso orgasmo de Meiko. Las lágrimas asomaron por sus mejillas y una sonora bofetada las sacudió como si nada. Meiko, ya entregada al placer desmesurado, lamía el coño de Sylvie como si le fuese la vida en ello, mezclando ese placer intenso con el dolor desgarrador. Se corrió tan fuerte que perdió el sentido mientras inundaba la cara de Meiko que ante la orden, se lo bebió todo.

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