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Let´s be careful out there. Michael Conrad despedía así a sus compañeros cada mañana en Hill Street Blues. Esas calles corruptas y violentas donde se jugaban la vida, aunque fuese en la ficción. Las virutas de humo que salían del café hacían giros inesperados, como la vida y como la gente. Ella, a su lado, se sentía bien, estaba alegre, dispuesta y con deseos, muchos, de que se conociese su felicidad. El humo, intentaba enmascarar de alguna manera todo aquello pero sentía que era realmente complicado, así que simplemente aguardó. Dejó que las cosas siguieran su curso natural, el de la prueba y el error. Alguna que otra vez se lo explicó, ni siquiera como un mandato, simplemente como un consejo pero veía que había caido en saco roto.

“No entenderé jamás ese deseo de demostrarle a los demás lo que uno es y como se siente, como si no supiéramos que más que afinidades traerá envidias y disputas” le dijo una vez. “¿Qué hay de malo en sentirse así y enseñarlo?” preguntó ella ronroneando en su cuello. “El resultado es lo único malo” terminó por afirmar.

Pero aquello crecía en su interior y sus conversaciones con otras, como ella llamaba, “iguales” acrecentaba ese sectarismo ridículo donde intercambiaban información chorra, y exponían a sus dominantes como en un juego de cartas y el yo más. Él pensaba que las gotas de agua eligen su camino y que por mucho que las intentes dirigir solo se puede crear un camino para que discurran por él. De momento el camino estaba sin hacer porque quería averiguar como se coportaba aquella gota de agua. Abrió la esclusa en su momento, la gota salió y no había camino por recorrer. Ella leía y hablaba, comparaba, experimentaba, pero lamentablemente no aprendía. Aunque creía que sí.

Sectarismo, grupos de acción pequeños, donde comanda el sinsentido y ellas y ellos se atraían así mismos. La carnaza eran argumentos pobres y ridículos, separatistas y poco propensos a la inclusión. El café era intenso para mitigar la estupidez humana, la suya incluida. Hubiese sido preferible horadar un canal inamovible, recto y firme para que ella caminase por él, bajo sus directrices. Eso era muy conveniente, pero nada divertido. Le gustaba enseñar y que aprendiese, aunque fuese a base de golpes. La letra con sangre entra, a veces. En poco tiempo se hizo una troupe en la que intercambiaban experiencias propias de “sumisas de verdad”, no de las que han leido esas nuevas novelas que intentan ser de BDSM. Ellas eran auténticas por vaya a saberse que historia molona se contaron o les contaron. Con el tiempo, no necesitaba sus consejos, porque como los adolescentes, prestaban más atención a sus amigos y amigas que a quien verdaderamente podría enseñarle la rectitud de su sumisión. Se había convertido en una groupie y hablaba de la heteroflexibilidad y el poliamor con una seguridad aplastante, argumentando ridiculeces que ella había debatido anteriormente con otras y otros de su estilo.

Sumisas fans, dominantes rockstar, faltaban los posters, las pegatinas y una personalización de marcas diseñadas y hechas ex profeso para ese menester. Y después de varios meses, donde el agua salía libremente por la exclusa, decidió cerrar el grifo y ella se extrañó. No comprendió lo que significa la libertad ni la posesión. Ella que junto a las otras alardeaban de entrega y esclavitud, se ofendió cuando tuvo la primera prohibición. Una prohibición claramente falsa, con el único sentido de ver hasta donde era capaz de llegar. Así le presentó un alegato del club de sumisas feministas de este lado del río Pecos y a él se le saltaron las lágrimas de la emoción por tanta ternura e ignorancia.

Entonces le entregó unos sobres de cromos de Pokemon, porque aún seguían de moda y le dijo: “Igual estáis ahí, tú y tus amigas y amigos. Debería pensar en comprarte el album para ver si terminamos la colección y echarme unas risas”.

Tened cuidado ahí fuera, no toda la verdad es mentira ni toda mentira malvada.

Wednesday

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