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Iba de puntillas, con esos adorables pies, sin hacer ruido, convirtiendo el suelo frío y duro en un charco tibio de emociones. Saltaba ligera de un lado a otro y de espaldas se percibía en todo su esplendor la sonrisa de quién disfruta sentirse observaba por quien desea. Tensaba la espalda porque sabía que a él eso le gustaba. Estaba en forma, no solo porque disfrutaba notarse desnuda y firme, sino porque a él le encantaba clavar los dedos en su abdomen tensado y prieto, en las caderas finas pero capaces de soportar tensiones impropias para su tamaño. Adoraba acariciar su piel después de que las cuerdas hubiesen constreñido los músculos, pasando las yemas de los dedos por esas llanuras y elevaciones producidas por la presión. Notó los dedos clavarse en la parte superior de las crestas de la cadera, donde se formaban esos hoyuelos hipnóticos.

Tras de sí escucho el metal y se le erizó la piel. Eran arrebatos, un coctel de miedo, morbo, descontrol y dolor. Se volvía ingobernable y mágico al mismo tiempo. Ahora era ella la que percibía la sonrisa en él, antes de que se abalanzase y estampase su cuerpo contra la pared, mientras con una mano tapaba la boca y apretaba la nariz, dejando el espacio suficiente para que el aire, poco a poco entrase en los pulmones. El miedo hacía que respirase más y más rápido cada vez, hiperventilándose en seguida. La consciencia latía entre sus ojos y sus ensoñaciones y de vez en cuando él, separaba la mano para dejar entrar el aire lo suficiente para que las cosas se le aclarasen un poco.

El metal estaba caliente, o quizá su piel era la que ardía y no notaba el frió del acero negro. La ropa interior cayó rápido al suelo llevándose con ella parte de la humedad que su entrepierna dejaba discurrir por el interior de los muslos. Luego la hoja, perfilada para no producir un dolor insoportable, cortaba la piel para continuar los dibujos y trazos que en otras ocasiones había realizado. Cada corte era una palabra en sus oídos, susurradas de forma sutil pero que con aquella voz ronca se convertían en cerdadas que le hacían sentirse tan puta que hubiese aceptado que la hoja se hubiese clavado entre las costillas. Quizá eso le dijo pero la falta de aire le impedía recordar ni entender lo que sus labios transmitían. Entonces él reía en voz baja y seguía cortando, dibujando un camino mágico por el que perderse y nunca regresar. Cuando terminó, clavo el cuchillo en la pared, tan cerca de sus ojos que la hoja oscura tapó la luz.

Las lágrimas se acumulaban en el puerto de sus ojos dándose cuenta de que aquella tensión, era tan solo la superficie por la que deslizaba los pies ligeros sin hundirse. Solo podría ahogarse con sus manos, las mismas que se zambullirían para salvarla.

 

Wednesday

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