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Rendida, derrotada, maltrecha, dolorida. Feliz. 

Bajo el agua tibia su cuerpo reposaba sobre el mío, entregado después de un tormento sin fin. Las marcas de las cuerdas zigzagueaban en sus articulaciones, esquivando esos puntos peligrosos, como una serpiente que constriñe a su presa hasta dejarla sin aliento. Autopistas del placer encarnada en un cuerpo amoratado. Mi espalda apoyada en las baldosas soportaban su peso, liviano, como si flotase sobre el suelo o quizá sus pies eran incapaces de romper la tensión superficial del agua. En cualquiera de los casos, sentía su cuerpo ardiendo y mientras las gotas limpiaban las heridas notaba como su respiración se relajaba, poco a poco, como su corazón tamborileaba las palmas de mis manos sobre su pecho.

Hundía la nariz en su cabello empapado buscando ese instante mínimo, imperceptible que hacía que ella fuese aun más mía. Si cabe. Si cabe. Por el desagüe se iba la vergüenza, la sangre, la ira y los restos de escombros que se acumulan en nuestras almas, en un vórtice perfecto, para no volver jamás. Cerré el agua y abracé su cuerpo magullado minutos eternos, con los ojos cerrados y los suyos abiertos, esperando sentir como bajaba del cielo en volandas de un dios todopoderoso.

Hice que se sentase sobre mis rodillas, todavía no había vuelto del shock, seguí allí, encadenada a esos momentos de dolor y placer, recreando cada golpe y cada caricia, cada palabra, cada salivazo, cada dedo apretando su carne o entrando en sus entrañas. Entre tanto, yo secaba el cuerpo con dulzura, la misma que ella me había provocado al ver sus ojos y su sonrisa, la misma que me había entregado junto a su cuerpo, la misma que llevaba en sus manos como ofrenda. Seca ya, rodeé con mis brazos su eterna sonrisa y la levanté en volandas, ondeando sus suspiros como mi nueva bandera. Posé su cuerpo sobre la cama y con una sábana fina lo cubrí. Besé sus ojos ya cerrados. Respiración constante, pausada, un aterrizaje perfecto, unión del cielo y de la tierra al unísono.

Me senté en la silla, a su lado y observé su sueño, profundo, durante toda la noche. La luz de la mañana despertó su mirada.

Bienvenida.

 

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