https://unoesloquemuestra.com
Seleccionar página

El tiempo acaricia la piel con ligereza y se esconde con premeditación en los pliegues, esperando aparecer sin avisar sorprendiendo incluso a la impaciencia. Uno se cansó de esperar y el otro, se cansó de sentir. Pasea el dorso de la mano por la cara juvenil y luminosa. Se impregnaba del olor del despecho y el sabor salado de las lágrimas que dejaba salir a escondidas. Luego con las yemas de los dedos desandaba el camino volviendo a sentir los músculos apretados de las mandíbulas, esas que aguantaban el grito de rabia o el gemido taimado. Era irrelevante en realidad. Miraba sus ojos, marrones, verdes, grises, oscuros y luminosos, escuchaba el tintineo de los pendientes largos golpeando las pulseras metálicas que llevaba en sus muñecas. Dibujaba con la mirada los tatuajes de su piel, las perforaciones, los cortes, las cicatrices. El tiempo, como la niebla lo iba ocultando todo.

Con aquellos labios esponjosos, libres de carmín, moldeaba el aire que entraba en su boca enroscándose como las lenguas que disfrutaban sin prisa del sabor del deseo. Los cuerpos se deslizaban uno sobre el otro  al ritmo de los mordiscos, hinchando los labios, blanqueando los ojos por el placer y el descontrol. Cuanto más despacio lo hacía, mayor era el arco de su espalda. Los brazos le ayudaban a soportar el peso de su menudo cuerpo mientras el pelo ondulaba sobre las sábanas, como una ola oscura sobre la espuma blanca que la saliva formaba en la comisura de los labios. Respiraba despacio como le había enseñado, hinchando el pecho, ocultando el sol del mediodía y oscureciendo la piel donde los dedos se clavaban en los costados. Le dolía, mucho y sin embargo gemía más fuerte y el tiempo se hacía eterno.

Le gustaba ver como caminaba descalzo, como cruzaba las piernas cuando se sentaba en el suelo. Oler su cuerpo cuando pasaba a su lado sintiendo que una parte de ella se iba con él en ese estado ingrávido de poder. Y ella se dejaba, dejaba que su consciencia, al menos una parte de ella, se fuese con él allá donde fuera mientras ella permanecía estática e inmóvil recordando el caminar de sus pies descalzos. Entonces él se paraba y detenía el tiempo a su alrededor, se giraba y se abalanzaba sobre ella para agarrar su cintura y apretarla contra su abdomen. Las palabras en susurro rompían las paredes, los cristales y su alma y se recomponían al instante después del beso apasionado. Entonces sentía como sus rodillas temblaban y se derrumbaba aguantándose con los brazos en sus piernas, postrándose sobre los pies. Sintiendo como la felicidad de todo lo que exisitía para ella estuviese allí mismo para siempre.

El grito y el metal tenían una unión especial. Éste último se lubricaba con la sangre, corriendo y calentado el frío acero hasta la punta de la hoja. Allí se acumulaba y esperaba unos instantes hasta que se precipitaba gota a gota hacia el suelo. El sonido del golpeo, mezcla de chapoteo y martillazo recreaba su imaginación. Los cortes precisos, dolían, como los dientes de ella masticando con impunidad la bola que tenía en la boca, la misma que permitía dejar salir una pequeña fuente de saliva que se descolgaba por la barbilla. Las piernas en tensión, temblaban pero en su mente la confusión no le permitía averiguar si era por el cansancio, por el dolor, por el placer o por la visión de su sangre. Lo había deseado tanto que las lágrimas brotaron sin control, sin embargo, el llanto seguía ahogado en lo más profundo de su ser. Sintió satisfacción cuando él soltó las cuerdas y sujetó su cuerpo para que reposara en el suelo con suavidad y dejando que su cara se mezclase con la sangre y la saliva. Cerró los ojos porque deseaba perpetuar aquel momento y perderse en el tiempo.

Sobre las rodillas, mordiendo el cuero del cinturón, aguantaba el castigo que las manos abiertas propinaban sobre su trasero. El sonido producía un eco curioso y era éste el que hacía que mordiese la piel curtida. No era el golpe ni el dolor, era el eco. Algo fantasmagórico que provenía del lugar equivocado. Después de los golpes las caricias y más tarde golpes más fuertes. El calor y la picazón hacía rato que se habían apoderado de su culo y se preocupaba de no mojar demasiado el cinturón de saliva ni los pantalones de flujo. Estaba segura de que no podría evitar alguna de las dos cosas, quizá ninguna, pero la situación, las manos y el dolor conseguían que su coño estuviese hinchado y empapado. Cuando terminó y acarició la piel enrojecida, dándole un mimo especial, la tiró al suelo por sorpresa y le metió la polla hasta la garganta. Y allí se quedó, taponando la entrada del aire y la salida de la saliva. No le gustó nada que dejase el cinturón empapado. Cerró los ojos porque él era el dueño de su tiempo.

El tiempo podrá pasar de manera inexorable, pero no te dejes vencer por él.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies