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Al igual que los silencios pueden llenar emociones, los vacíos pueden convertirse en profundos pozos donde se puede perder la cordura. Miraba al abismo, intentando encontrar de alguna manera el fondo, algo en lo que poder sustentar el desasosiego pero no veía nada. Era la costumbre, la de pasearse de una manera o de otra, algo irremediable sobre esos acantilados emocionales a los que ya estaba acostumbrado. Notaba entonces los dedos acariciar su nuca, como las uñas se clavaban ligeramente, lo suficiente para erizar la piel. Cuando abría los ojos, el techo blanco cegaba cualquier pensamiento negativo, por primera vez en su vida. Luego los dedos se arremolinaban en el vello del pecho, rascando la corteza de una coraza que había soltado la noche anterior sin haberse dado cuenta. Luego le tiraba de la barba, llamando su atención mientras se acurrucaba en el lado contrario de su corazón. Sonaba fuerte, constante, en ritmo de vida, como un martillo guiado por un metrónomo. Ella ronroneaba en sueños y hundía la nariz en su piel.

Era posible que fuese la alegría lo que desbordase sus emociones pero desconocía que hacer con los brazos. Acarició el costado con las yemas de los dedos y ella se agitó levemente. Duerme, le dijo entre dientes. No puedo. La respiración se agitó y el corazón se aceleró. Comenzó a sentirse incómodo en su propia cama. Giró la cabeza y se miraron. Adoraba esos ojos, un panal reluciente, lleno de miel. Estaban hinchados por la falta de sueño pero tenían mucha más vida de la que jamás tendrían los suyos. Le sonrió y le besó. Relájate, no tienes que ir a ningún lugar, no hay nada que hacer ahí fuera, no puedes controlar el aire, el tiempo ni las circunstancias. Solo puedes controlar lo que quieras hacer contigo y conmigo.

Cuéntame un cuento, le susurró. Un cuento en el que estemos los dos y podamos hacer lo que deseemos, que comience como ahora y termine en una espiral de vértigo, asfixia, placer y risas. Donde en lugar de comer perdices para alcanzar la felicidad seamos nosotros la carne, la sangre, el sudor, la saliva, el flujo y el semen con el que saciar el apetito. Paseemos por una playa y bañémonos de noche sin dejar de mirarnos porque nuestros ojos serán los salvavidas y los faros que evitarán que choquemos contra las rocas. Bebamos hasta desfallecer y contemos chistes malos, lloremos hasta quedarnos secos y riamos hasta que nos duela la mandíbula y el abdomen. Follemos, comamos, durmamos. Cuéntame un cuento donde sólo estemos los dos y el mundo nos acompañe. Dejémoslo atrás cuando nos convenga y respirémoslo para sentirlo. Cuéntame un cuento mi señor, uno donde sea tuya y nunca pierda la cuerda que nos une. Cuéntame ese cuento cada noche y vivámoslo cada día.

Las palabras eran resortes, pequeños colibrís que aleteaban sobre su piel, como los besos de las mariposas, los párpados barrían la suciedad de los pensamientos y le libraba de los tormentos. Sonreía, por vez primera en mucho tiempo, abandonándose a ella.

Érase una vez…

 

Wednesday

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