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Por la boca muere el pez y por nuestros deseos y anhelos aparece el dolor. A veces descontextualizamos la palabra para que adquiera un tinte heroico en la entrega. Si no hay dolor, si no se siente dolor, no la hay y si no se infringe dolor, no hay dominación. No es la primera vez ni será la última que me topo con cuerpos impolutos, de pieles tersas y suaves, sin marca. Mujeres superficialmente inmaculadas que aprovechan para decir que es el dolor, además de la entrega, lo que más placer puede darles. Entonces vuelvo a observar por si algo se me ha escapado, pero no. El primer vistazo fue bueno. Es evidente que se puede producir mucho dolor sin dejar marcas, pero estadísticamente es improbable que todas hayan accedido a ese tipo de dolor. Así que pensándolo un poco, doy por hecho que es el dolor imaginario, el que sus deseos imperiosos les hacen necesitar el que proclaman y al que invitan como si fuese un baile de graduación entre sonrisas y esperanzas al si.

Y es entonces cuando tratas de explicar algunas cosas sobre este asunto, desviando la atención para hacer entender que los grados de tolerancia al dolor son realmente prioritarios y que antes de someter a un cuerpo a ciertos extremos, hay que ir poco a poco. Como la vida misma. Todo esto con un lenguaje sencillo y fácil de entender, un tono de mesura y suavidad para que no haya equívocos. Entonces, alguna vez me he encontrado con caras de desconcierto, como diciendo: ¿pero tú eres dominante o me estás dando una charla sobre lo que yo ya se y lo que soy capaz de tolerar? Antes, actuaba de forma más compleja. Ponía en tela de juicio sus necesidades dolorosas con un latigazo intenso en la parte superior de las nalgas. No era plan que no pudiese sentarse en cuatro o cinco días, pero el roce de la ropa iba a producirle un dolor incomparable. El grito, uno solo, resultaba esperpéntico y las lágrimas incontrolables. Entonces su mirada pasaba de esa seguridad intrínseca que uno tiene ante sus condiciones a la de no solo no me lo esperaba sino que esto no es lo que yo deseaba.

Volvía a sentarme y con el mismo tono le explicaba que tirar del pelo, azotar incluso de forma severa, abofetear, humillar, pisotear, estrangular, escupir, orinar, arrastrar, empotrar, sodomizar sin previo aviso ni preparación, atragantar con la polla hasta el resuello, todo eso, no era dolor verdadero. El bdsm tiene un componente de juego del que ya he hablado otras veces, un juego que entre la sumisa y el dominante catalogan, controlan y hacen crecer en su relación. Y de forma excepcional los límites se traspasan, ya sea porque el dominante hace bien su función y enseña a la sumisa a aprender a controlar y aceptar el dolor o porque ella, en realidad, tiene ese componente sado que muchos dominantes aprecian.

Llegar ahí no es fácil, no es un paseo, no se hace de la noche a la mañana, y eso es algo que muchas tienen marcado al final de su espalda como recordatorio. Ahora no me complico, les abro la puerta y les invito a que se marchen y busquen eso que desconocen en otro lugar porque siempre habrá sádicos que puedan echarles el guante y desahogarse plenamente. Allá ellas. Esas marcas, indelebles y perfectas no puede hacerlas el primero que saca a pasear una fusta. Pero yo, a lo mío.

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